miércoles, 22 de diciembre de 2010

Consejos

Mire a su perro a los ojos, fijamente. Preste atención a esa composición misteriosa que tienen esos círculos de color negro, blanco, marrón. Brillosos, húmedos y peludos. Observe con detenimiento esa mueca sincera, ese interior honesto, ese contenido puro que enseñan. Ahora fíjese en los dientes, blancos, filosos; note la relación perfecta, armoniosa que lleva con la lengua. Advierta el largo de esa carne roja y ahogada en saliva, que se desborda inevitablemente de sus fauces y denuncia escandalosamente agitaciones, ansiedades, sedes. Mire esos bigotes, con esas canas firmes. Preste ojos a esas orejas de oso de peluche, grandes y efectivas como si fuesen de un héroe de fantasía. Observe esa nariz dura, con su puntita de textura increíble, con esos dos agujeritos que purifican aire e hinchan y deshinchan pulmones. Levante la mano y --si usted es bueno como perro-- él no temerá sino que esperará con sumisión que, luego, la baje sobre su nariz, sus orejas o sus pulmones y lo acaricie suave y largamente. Huela el olor de su perro. Al igual que los bebés y los abuelos, los perros tienen su olor. Al igual que los bebés y los abuelos, los perros son inocentes. Si usted es bueno como perro, olerá un perfume para el recuerdo. Juegue un poco con su perro, molestándolo: agárrele una pata, agárrele la cola. Un rato y después la suelta, un rato y después la suelta. Dele de tomar agua, dele de comer carne. Llévelo a la plaza. Hágalo correr junto a usted, hágalo caminar junto a usted. Siéntese en algún banco e invítelo a él a tomar asiento también. Preséntele algún perro que ande por ahí. Quédese en silencio, como él, y piense un rato en algo que nadie sabe qué es, como lo que hay en las mientes de su perro. Tírese un rato a su lado, cuando él está descansando. Acarícielo, sobre el lomo. Háblele de sus cosas. Dígale lo mucho que lo quiere. Y alguna noche de borrachera, cuando las leyes se trasgredan y la razón baje armas, acuéstese en su cama y llame a su perro; él acudirá de inmediato y esperará conocer el motivo de la convocatoria. Palmee el colchón un par de veces; su perro saltará feliz y --aún durmiendo como usted-- velerá su sueño como el mejor guardián que jamás haya tenido. Como su mejor amigo que es.



lunes, 13 de diciembre de 2010

La belleza de los puercos queridos

Esa tarde sucedió algo extraño en la rutina del hogar: llegué a casa antes que mi mujer. Entusiasmado, decidí sorprenderla recibiéndola con la cena lista. Con amor, como se debe cocinar, preparé la ensalada como sé que le gusta: pelé dos zanahorias, las corté en rodajas y las herví. También herví dos huevos. Lavé un tomate redondo grande y, lentamente, lo fui dividiendo. Del día anterior, en la heladera, quedaban lentejas que serían el último ingrediente. El plato principal sería filet de merluza, con limón: prendí el horno, puse una asadera con aceite y a cocinarlo. Cuando mi mujer llegó, efectivamente, logré sorprenderla no sólo con mi presencia sino además con el olor a comida lista. Nada como llegar a casa, después de toda la maldita jornada, y que alguien que te quiere te reciba con la comida lista. Como una madre. A veces no nos damos cuenta de lo poco que le agradecimos a nuestras mamás eso, creo. En mi caso en particular seguro: nunca le di las suficientes gracias a mi vieja por recibirme durante tantos años, cada mediodía que llegaba de la escuela, con el morfi preparado. Y la mesa puesta. Y encima uno que, cual Homero, se comía todo a toda velocidad en dos segundos. Tanto trabajo, tanto amor en la preparación para que un animal lo devore en un instante. Sin respirar, sin degustar. Y mirando la televisión. ¿Hay más amor que en aquellos que dan sin esperar, pero de verdad, recibir? Lo hacen porque quieren. Esa noche mi mujer deglutió el filet y la ensalada, y hasta tal vez eructó. Yo, feliz, la observaba con ojos amantes alimentarse.

***

Recuerdo que mi papá solía no almorzar en el trabajo. Lo sigue haciendo, de hecho. Llegaba a casa por las noches fundido, y muerto de hambre. A la hora de la cena, mi mamá repetía toda la labor del mediodía pero para un comensal más. Como un chancho sin haber probado bocado en días, mi viejo se atragantaba con aquellos platos que no le duraban más que segundos. Solía insertarse trozos de comida más grades que el tamaño de su boca, llenarse de restos de aceite y salsa los labios, ahogarse con vino y disparar diferentes y desagradables ruidos de sus fauces. Mi vieja, furiosa, protestaba a los gritos que se comportara como un ser humano civilizado para comer y él, temeroso, pedía perdón y trataba de manejar sin éxito con más cuidado su apetito voraz. En ese entonces, yo estaba a favor de mi mamá: ¿cómo puede ser, viejo, que te comportes de esa manera?, pensaba.

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Recurrentemente, arribo a casa después del trabajo agotado. Con el peso de un día desperdiciado y la resaca de un viaje de martirio, con la cruz de un día más sin ser y haber "donado sangre al antojo de un patrón por un mísero sueldo", como cantó Claudio O´Connor en Hermética según escribió Ricardo Iorio. Entonces, la comida a veces me dura lo que un suspiro porque llego hambriento como perro. Lo mismo le sucede a mi mujer y a mi hermano. Lo mismo le pasaba, y le pasa, a mi papá. Hoy, que lo advierto, me cambio de bando y estoy a favor de mi viejo, cuando hace años mi vieja le pedía cordura y buenos modales a la hora de la cena. Y, es más, preparo una llamada telefónica: voy a invitar a comer a mi papá a casa mañana. Voy a preparar algo bien rico. O no: simplemente un bife con ensalada, como esos con los que se atragantaba otrora. Vino tinto barato y soda de sifón. Y un poco de pan. Y le voy a pedir que coma como chancho, que se ensucie hasta los cachetes de sangre de carne y aceite y vinagre de ensalada. Que sea ruidoso como puerco. Que me hable con la boca llena. Que se meta carne, ensalada, pan y mayonesa y vino y soda en la boca al mismo tiempo. Y lo voy a mirar, con amor, alimentarse. Bien ganado lo tenés, papá. Buen provecho.

martes, 30 de noviembre de 2010

Un sueño

Antes de quedarme dormido, deseé un sueño maravilloso; hallarme en lugares extraños, cruzarme con gente entrañable y hacer cosas raras. O, al menos, encontrarme en un sitio conocido y vivir algo normal pero teñido por la magia del misterio del sueño. Sabía que mi deseo podía llevarme a una experiencia de miedo, como tantas veces pasó, pero de cualquier forma tenía ganas de soñar algo, bueno o malo, pero soñar algo. Así, pensando en esto o aquello, después de decirle a mi subconsciente que me entregaba a su trabajo, empecé a roncar.

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Me encontré entre varios puentes, como los que se cruzan en la General Paz o en las autopistas, puentes que se elevaron sobre inmensidades de pasto para llevar autos y camiones de acá para allá. Estaba durmiendo junto a mi mujer, en una suerte de cueva de cemento que se había generado del lado de afuera de uno de los puentes. Estábamos durmiendo ahí para acortar los tiempos que teníamos entre que nos despertábamos y llegábamos a nuestros trabajos; al parecer, razonamos que si dormíamos directamente al costado de esos caminos perderíamos menos tiempo en arrancar rumbo a nuestros yugos. Algo así como evitar ir al baño a ducharse, lavarse los dientes, ponerse desodorante y caminar hasta el colectivo; algo así como directamente levantarse y estar ya en la parada del colectivo. Hacía frío, mucho; teníamos puestas nuestras camperas y dormíamos abrazados. Arriba de nuestras cabezas había un árbol enano, del que colgamos nuestras mochilas.

De repente aparecieron dos policías, mi hermano mayor y un testigo de un robo y golpiza a cargo de un ladrón de la zona. Así como así, en el ambiente aparecieron algunas casas también, todas herméticamente cerradas en esa madrugada sombría y helada. Nos pusimos de pie y como nuevos vecinos de la zona nos informamos de la situación; si alguien andaba robando y golpeando cerca a nuestra nueva cama, tal vez deberíamos volver a dormir en nuestra casa mejor. Por ahí no seríamos víctimas de hurtos y golpes, pero sí de ruidos que harían difícil conciliar el sueño. El testigo era un pibe flaco, de remera gris; era el muchacho que atiene un kiosco por el que paso a diario cuando voy hacia el trabajo. ¿Qué hacía ahí? ¿Y mi hermano mayor? Él sólo miraba todo, simplemente miraba.

Mi vista encontró entre los puentes una suerte de obelisco, en cuya punta había una pequeña superficie redonda; sobre ella, estaba parado un perro grande. El animal miraba hacia al frente y, apenas lo vi, saltó al vacío. Mientras caía, su expresión era de resignado suicida.

Surgió repentinamente el ladrón y golpeador buscado, saltando puentes, saltando todo el tiempo. Vestía un buzo con capucha rojo con alguna inscripción negra. Los policías, con calma y seguridad, nos pidieron que nos apartáramos para hacerse cargo; mi hermano y el testigo desaparecieron tranquilamente de la escena, para siempre. Con mi mujer nos corrimos un poco. Pero rápidamente, y tras apenas un par de certeros golpes, los policías cayeron rendidos. Saltamos desde los puentes, huyendo del temible encapuchado, y aparecimos en una avenida por la que estaba corriendo, también escapando, un grupo de personas. Algunas de ellas lastimadas, ensangrentadas. Nos unimos y, sin mirar atrás, corrimos.

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Desperté asustado. También contento con mi deseo cumplido. Aunque ahora que lo rememoro protesto porque, al parecer, para mi subconsciente soy un ciudadano más cuya máxima preocupación es la condición de víctima del flagelo de la inseguridad que nos mata a todos a diario, sin que nadie haga nada al respecto, y nos acosa y persigue hasta en los sueños.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Elogio de la rateada general

Voy a hablar mal de una profesora, de cuya hija hablé bien no hace mucho tiempo. Lo que me molesta de ella son sus clases, es decir que podría decirse que todo: llega, saluda, toma asiento, pregunta si estamos listos para empezar, agarra su cuaderno guía y comienza el dictado. Un dictado que dura ni más ni menos que toda la clase y cuyo contenido es exactamente el mismo, pero resumido, que está en los apuntes que conforman la bibliografía de la materia. Jamás ella podrá explicar algo con sus palabras, saliéndose del libreto; siempre versa sobre lo que tiene escrito en su anotador, sin salirse de ese mandato lineal, empleando inevitablemente todos los usos y términos y ejemplificaciones grabados a fuego en su rutina. Hace muchos años que es profesora, y no actualizó nunca ese anotador: todas sus clases, año tras año, siguieron sus líneas. Y sus alumnos, año tras año, pasan las horas simplemente combatiendo al sueño y preguntándose cómo es posible que una profesional de la enseñanza consiguiera el trabajo para el que se preparó y lo use sólo para dictar y dictar y dictar. A veces parece que hasta a ella misma le aburre su estilo; de vez en cuando se le escapa un bostezo o baja a tomar un café; siempre está mirando el reloj y termina con sus martirios varios minutos antes de lo que corresponde. Y, también, suele faltar bastante aunque esta es una costumbre que se agradece.

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Hacia mediados de año, la opinión pública tuvo como tema la rateada general, que comenzó en Mendoza con tres mil alumnos faltando a clase el 30 de abril. A través de Internet, esos miles de estudiantes de nivel secundario organizaron un faltazo sin antecedentes, que tuvo como destino la Plaza Independencia. Rápidamente, la idea consiguió propagarse a Córdoba, Santiago del Estero y La Rioja; también a Uruguay y, el punto más alto, a nivel nacional el 26 de mayo. Por supuesto, la opinión pública en su abrumadora mayoría condenó duramente la rateada y pidió mando dura para con estos pibes que hacen lo que se les antoja y no respetan nada ni nadie; ni a las instituciones ni a los directivos ni a los profesores ni a sus padres.



En ese entonces, en que el tema era la rateada general, la profesora que provoca más sueño que un Rivotril y que dicta más que enseña, extrañamente dejó de lado la rutina de clase y puso sobre la mesa la problemática sobre la que conversaba la sociedad. Y, de la mano con la opinión mayoritaria, expuso que era una barbaridad que todos los estudiantes del país faltaran a clases porque sí el mismo día y que nada ni nadie pudiera impedirlo; exigió sanciones de parte de directivos y retos de parte de padres. Dijo explícitamente que de un tiempo hasta nuestros días se perdió una medida sana de mano dura y, así, todo es un viva la pepa. Contó que cuando ella era chica a su papá lo trataba de usted y que si llegaba a organizarse con sus compañeras en la cara de su padre y de todos para ratearse se daba por muerta. Los alumnos, mientras escuchaban, le daban la razón y agregaban que además esto que se había generado no era ratearse porque el espíritu de esa picardía era hacerlo a escondidas de las voces de mando y no abiertamente, desafiando, burlando, provocando. Pero a mí me hacía ruido en las mientes tanto discurso de acuerdo con Eduardo Feinmann y Fernando Niembro; sentía simpatía con los adolescentes y su rateada masiva, porque me divertía mucho ver cuánta impotencia le generaba a las autoridades no poder hacer nada. Sin embargo, entonces no pude descubrir por qué simpatizaba con los estudiantes y tan sólo tomé la palabra en la clase para decirle a la profesora que yo no estaría tan seguro de condenar duramente a los alumnos por lo que sucedía y esgrimí alguna argumentación poco elaborada. Me ocurre muy seguido que las mejores respuestas caen a mí uno o dos días después, cuando sólo sirven para lamentarse por no haberlas pensado cuando las necesitaba.



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Ayer venía caminando hacia el colectivo, para irme a casa después del trabajo. Había sido un día difícil: mis superiores habían jugado varias veces su carta de poder para hacerme agachar la cabeza. Y, en esas ocasiones, la impotencia me carcome las tripas y quiero sangre, pero después me calmo. Al menos por ahora. De repente me acordé de las buenas ideas que tiene Flake, no sé por qué, pero así como así recordé cuando me contó de una historia que imaginó de un tipo que iba a un supermercado y agarraba las cosas que veía en los afiches de las calles y se las llevaba sin pagar no por hurto sino porque quería ser feliz y los afiches decían que eso era la felicidad y que era un regalo. Me acordé, antes de eso, en algo que tiene que ver con el asunto: él siempre me decía qué ocurriría si un día los empleados deciden no ir a trabajar. Todos los empleados del país, de todos los negocios. Porque sí. No por reclamar más sueldo, más vacaciones, mejor trato o lo que fuera. Porque sí. ¿Qué pasaría? Flake estaba poniendo sobre la mesa la cuestión: el que no tiene el poder, no se da cuenta que uniéndose a sus pares tiene todo el poder. Todo.

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Ahora sé mejor cómo se explica mi simpatía con los estudiantes que se ratearon masivamente: ellos llevaron a la práctica esa idea de Flake que tanto me maravillaba; se pusieron de acuerdo y, al menos por un día, les dijeron a todas las autoridades a las que deben responder que no harían lo que debían. Simplemente porque sí. Y no había ninguna manera de evitarlo. Ellos les dijeron en la cara a sus padres, maestros y directores que no irían a la escuela al día siguiente, que mejor se iban a una plaza; a jugar a las cartas, a la pelota, a la botellita, o a chupar vino y fumar porro. Los alumnos torcieron el brazo de la autoridad con el arma de la unión. Y no hubo ninguna manera de impedírselos; las caras de los más recalcitrantes amantes de la ley y la tradición explotaron de furia y se ahogaron en gritos que clamaban represión a tamaña insubordinación. Pero no pudieron más que eso, que ahogarse en sus impotencia. Los pibes aprendieron y enseñaron que el que no tiene el poder, si se une a sus pares, lo tiene. Ahora sé mejor, también, porque tengo grabado inconscientemente el popular canto que dice que el pueblo unido jamás será vencido.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Un papá que no se esconde

Sebastián es alto y de pelo largo. Y lento, muy lento; hace todo con una tranquilidad increíble. Hace unos días, como tantas veces, se vio en una situación que requería velocidad y, desacostumbrado, intentó hacer rápido: tenía que agarrar la plata del lugar en el que la esconde, arriba del aire acondicionado, para pagar el alquiler del local que tiene en una galería. Acomodó una silla, se subió y cuando estaba retirando el dinero tambaleó y se cayó al piso, lastimándose fuertemente una de sus piernas. Quedó tendido unos largos minutos en el piso revolcándose del dolor, contó después. Y también quedó cojo: los días siguientes, caminaba como rengo arrastrando una de sus piernas, haciendo fuerza. Los amigos de la galería con los que charla a diario, y del barrio, que son muchos, le preguntaban qué le pasó y cuando escuchaban la historia se mataban de risa. Él está acostumbrado a que sus cosas causen gracia. Sebastián es un tipo muy rico, con una capacidad sin intención para hacer reír que encanta.

***

El sábado lo fuimos a visitar a Sebastián a su local, le caímos con unas birras sobre la hora de cierre. Nos reímos y recordamos otra vez su caída y su renguera. Le propusimos hacer un vacío en su parrilla y aceptó, así que de la galería nos fuimos a su casa, a la terraza. Rengo, con toda la semana de trabajo sobre sus espaldas, se sentó al costado del fuego, a esperar por la rica carne asada y al fin descansar un poco. Pero cayó su pequeña hijita y le pidió que jugaran a la escondida; entonces el cojo se puso de pie, mientras la nena empezó a contar con los ojos cerrados pero haciendo trampa porque espió hacia dónde iba su papá. Y él corrió arrastrando su maltrecha pierna hasta algún escondite; cuando terminó la cuenta, rápidamente la tramposa fue hasta el lugar y salió disparada para sentenciarlo contra la pared de origen; Sebastián corrió como cuando nene detrás de ella pero, por supuesto, no pudo llegar antes por culpa de su cojera. Sebastián no se dio cuenta, entonces, que no sólo su hija lo veía como un héroe, con ojos de admiración y veneración.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Tal cual es

Si las puertas de la percepción
quedaran depuradas,
todo se habría de mostrar al hombre
tal cual es: infinito.

William Blake

miércoles, 27 de octubre de 2010

Líder, caudillo, inolvidable

Me acuerdo aquella tarde del 25 de mayo de 2003 en que asumiste. Estaba con mi familia en la casa de mi tío en Boulogne; mi tío, un conservador hecho y derecho, sufría las consecuencias de la crisis: había vendido su casa en La Horqueta para jugarse a todo o nada con su negocio y se fue a alquilar ahí, a cinco o seis cuadras de la estación de tren. Todos estábamos ilusionados con lo que podías hacer por el país, supongo que fundamentalmente porque era difícil que venga alguien peor, porque la esperanza es lo único que nos quedaba o, simplemente, porque no te conocíamos y la idealización tiraba para arriba. Yo, en silencio, tenía un motivo más para contentarme con la idea de un futuro bajo tu presidencia: Fidel Castro te había ido a ver asumir. Y mi espíritu zurdito, que me llevó a usar barba apenas me empezó a crecer, se regocijó de felicidad. Desde que me metí con la cuestión de la política me tiró ese bando: el de los que están con el pueblo y contra los que están contra el pueblo. El pueblo es el obrero; el resto no es pueblo. Son una manga de hijos de puta, que ahora ríen felices porque no estás más. ¿Cómo no abrazar la causa y lucha de un líder que se puso de nuestro lado? Y del país: siempre lo pensé, que un gobierno debe ser fiel a su pueblo y a su país. Lo opuesto es poner sobre primer orden los intereses de la oligarquía. Con una mano en el corazón, se sabe que vos estabas del lado del pueblo. Y si no, ¿quiénes lloran y quiénes festejan tu partida?

El país salió adelante, nos olvidamos de todo lo que era Argentina en 2001 y antes de tu llegada. Mi tío salió adelante, por ejemplo: su negocio funcionó y funciona más de lo que él esperaba. Tanto que pudo comprarse nuevamente una casa y más de un auto. Y su casa es un lujo, eh. Y se lo merece mi tío: es un gran tipo, un gran luchador. Pero, qué pena, su prejuicio ideológico siempre lo hace repetir que te odia. Bueno, ahora será que te odiaba. Así somos todos, parece, nos cuesta esa parte de ser agradecidos a pesar de. Yo voy a estar eternamente agradecido a tu persona y tu paso por estas tierras como conductor y líder. Esa es la figura política en la que yo creo: el líder, el caudillo. A los de nariz levantada no les gustan los caudillos; es que, por lo general, estos son padres del pueblo y hablan a los gritos y se pelean con los malos. No se puede ser presidente sin huevos. A vos te sobraron, como para hacer descolgar los cuadros de Jorge Videla y Roberto Bignone del mismísimo Colegio Militar. Para ponerle nombre y apellido a los que fogonearon dictaduras y fines premeditados de gobierno. Unir a los países de América del Sur y promoveer la distribución de la riqueza en favor de los obreros. Ponerle los puntos a los supuestos buenos prestamistas internacionales. "Dicen que me peleo mucho, compañeros, pero no es cierto: yo, nada más, negocio poco con ciertos intereses", te supiste explicar y definir mejor que nadie.

Estuve media hora mirando la pantalla que informaba que estabas muerto. Sin habla; por más que quería decir algo, no podía siquiera abrir la boca. Siento hasta que no estuve respirando incluso. En mi interior, no me sorprendió tanto como al resto: no sé por qué, pero últimamente no te había visto bien en tus apariciones públicas; como que te faltaba un color y, también, un poco de esa crispación que tanto admiro. Hay una cosa que no te voy a poder perdonar, pero es así. En 2011, te iba a ver asumir otra vez la presidencia de Argentina. Pero esta vez en vivo y en directo, ahí: iba a ir con un amigo. Iba a ser la primera vez que iba a una asunción presidencial. Estaba ilusionado con verte y oírte recibir nuevamente el amor de tu pueblo, otra vez como su líder y caudillo. Pero te fuiste antes y me privaste de ese sueño, para siempre. Hoy, el cielo sumó justicia.

martes, 26 de octubre de 2010

Shakira hace salir el sol

Argentina tiene veintitrés provincias y también a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Argentina tiene una extensión de casi tres millones de kilómetros cuadrados. Argentina tiene más de cuarenta millones de habitantes. En alguna de sus provincias, o su capital, y en alguno de sus kilómetros cuadrados, tiene que haber otro entre sus cuarenta millones de habitantes que sea como yo, en un punto en particular. Este punto en particular es el siguiente: me gusta Shakira. Para que se entienda mejor: me gusta la música de Shakira. Y para ser sincero: me gustan las dos cosas, Shakira y su música. Lo primero es de lo más común; es una mujer y, es sabido, los parámetros de exigencia de los hombres no son altos así que de seguro a la mayoría de los hombres del país les gusta la colombiana. Aunque una vez leí por ahí que uno escribió, despectivamente, que a Shakira la soltás en Once y no la encontrás nunca más. Lo segundo ya es materia de polémica: que te guste Shakira, si sos varón, cerca de los treinta y tenés remeras de Almafuerte y Divididos, resulta repudiable. La acusación general apunta a poca hombría, es decir que es de puto que te guste Shakira; en todo caso, pienso yo, deberían acusarme de mucha pasión por la masturbación. De cualquier forma, sería una injusticia.



Empecé a escuchar a Shakira hace mucho tiempo; así como con Los Piojos, la conocí en su momento de explosión, cuando "Ciega, sordomuda" sonaba mañana, día, tarde, noche y madrugada por todos lados. Luego pasó lo mismo con "Inevitable" y "Ojos así". Era 1998 y el disco "¿Dónde están los ladrones?" era furor: fue el más vendido de todos los que hizo, en español. Acaso pueda justificarme porque, entonces, tenía apenas doce años. No podía dejar de mirar su famoso MTV Unplugged, que hizo un año después: recuerdo que tenía el pelo rojo sobre su morocho de siempre y vestía unos pantalones de cuero que me generaron, por decirlo cordialmente, cuantiosas fantasías. Aquella fue la versión de ella que más me gustó: no me hace falta buscar fotos para recordarla con su remera marrón y sus colgantes y su cara tierna y rellenita. Me enamoré. Una noche de ese entonces vino a casa una amiga de mi mamá con su hija y, en una ocasión tan extraña que hoy recuerdo, nos cantaron algunas canciones de Shakira que tenían anotadas en un cuaderno. No me acuerdó por qué y cómo era que andaban por ahí con cuadernos con acordes y letras de Shakira pero así fue. Nos cantaron algunas muy conocidas pero que yo no conocía, como "Pies descalzos" y "Estoy aquí"; por supuesto, también "Inevitable". Nunca más las volví a ver; mi vieja se peleó o simplemente se dejó de ver con esa amiga. Su hija era más linda que Shakira incluso.

Sin embargo, rápidamente, también como me pasó con Los Piojos, dejé atrás a Shakira y le perdí el rastro. Año y medio me habrá durado. No me enteré de las canciones de sus discos siguientes más que por los videos que pasaban por MTV y ninguna me despertó mayor interés como para conseguir a sus compañeras. Además, y fundamentalmente, llegué por casualidad a Molotov y cambié de camino.

***

Hará cuestión de un año, no recuerdo en qué circunstancia ni movido por qué motivaciones, me encontré de repente bajando discos de Shakira que nunca había escuchado, es decir, todos menos "¿Dónde están los ladrones?". Ya sé, en realidad, cómo ocurrió que me puse a buscar su discografía: el anuncio del disco "Loba" llamó mi atención, pero como el tema de promoción no me gustó me surgió buscar otro material de ella. Así, me vi encantado descubriendo hermosas canciones en su viejo "Pies descalzos", como "Antología", "Quiero", "Te necesito" y "¿Dónde estás corazón?". Y también otras de la nueva época que me gustaron mucho: puntualmente, las que están en su disco doble en castellano e inglés de la etapa de Fijación Oral. Por ejemplo "Don´t bother", "Hey You", "Timor", "Escondite inglés", "En tus pupilas", "Las de la intuición". Otra cosa que disfruto mucho es verla en vivo: de vez en cuando busco por YouTube recitales de ella y los miro. Son geniales.



"Loba" es muy alejado a lo que me gusta de Shakira, está bien hecho, sí, pero no es de mi predilección. Salvo por "Spy", "Men in this town", "Mon Amour" y "Gypsy". Ahora estoy más entusiasmado con "Sale el sol", que desde que empieza, con el tema que da nombre al disco, muestra otra cosa que, de inmediato, retrotrae a los tiempos de "Pies descalzos". En esa misma sintonía, de melodías dulces, hay más canciones por suerte: "Antes de las seis", "Lo que más" y, la más linda, "Mariposas". También hay temas rockeros, que le salen y quedan muy bien, como "Devoción" y "Tu boca". Un amigo heavy pero educado piensa, por supuesto, que la música de Shakira es basura comercial pero reconoce que sus productores eligen bien a los músicos que la acompañan.

***

En un momento determinado, Shakira dejó de ser una simpática y tierna colombiana que hacía sus canciones con guitarra acústica y tenía orígenes árabes para convertirse en un fenómeno de alcance mundial, rubio y posible de comercializar como pedazo de carne deseable por el mercado que se nutre de la masturbación voraz. Fue imprescindible, para ello, hablar y cantar inglés y provocar más en cuanto a lo sensual; teñirse de rubio acaso fue dar un poco más de lo necesario. A partir de entonces, lo superficial se abrió plano y discutió a lo que importa. Tal vez sea cierto, y hasta seguramente lo sea, que Shakira es basura comercial como piensa mi amigo heavy. Pero yo pienso distinto, ¿qué le voy a hacer? En realidad, siento distinto, y se sabe que los sentimientos no siempre coinciden con los pensamientos.

***

Mucho antes del último Mundial, planeé un crimen perfecto: me guardé mis vacaciones para la fecha del mismo, diciéndole a mis jefes que esta vez quería descansar en invierno. Cuando, efectivamente, llegó Sudáfrica 2010 y se encontraron con que yo no estaba más en mi puesto de trabajo comprendieron que el Mundial no lo verían conmigo. Yo pasé las mejores vacaciones, mirando mañana, día y tarde absolutamente todos los partidos de lo mejor que tiene el fútbol, que son sus mundiales. Y, como si fuera poco, conté con la compañía fiel y diaria de Shakira.


miércoles, 20 de octubre de 2010

Recuerdos del barrio

Por fortuna pasé mi infancia en un barrio, un barrio hecho y derecho: Mataderos. Ahí, en Corvalán y Monte, frente a una química interminable que inundaba el ambiente de la peor inmundicia y ocupaba manzanas y manzanas. Lo mejor que tenía la química era que su vereda y sus paredes estaban siempre libres para el fútbol: con mis amigos del barrio usábamos las veredas como cancha para armar partidos sin fin; las paredes las usábamos para dibujar arcos sobre ellas, cuando éramos pocos, y jugar al veinticinco o al uno contra uno o a patear tiros libres.

Mi casa, en realidad la casa de mis viejos, en realidad la casa de mi abuela, era inmensa y vieja como el país: la fachada estaba sin terminar y tenía un fondo gigante, al que tenía miedo de ir a veces porque además de abejas, cucarachas y gatos negros había sombras y espíritus que vi o inventé. También me daba miedo el altillo, sobre todo después que murió mi abuelo porque tenía la sensación de que él rondaba por ahí, escondido, vigilante. El altillo era un lugar de cuento: todo de madera, con cuevas en las que se guardaba todo lo que no se usaba, mínimas ventanas y, el motivo por el que iba a él, la computadora. Una computadora del año de Colón, que no me acuerdo si traía algún juego. Había una radio también. Tenía una obsesión con las radios de chico; en una Navidad, mi papá me regaló una chiquita y hermosa a la que dormí abrazado durante años. Había venido envuelta en uno de esos plásticos repletos de burbujas de aire, de esos que cuando los apretás te sentís menos nervioso. También tenía una obsesión con esas cosas y la sigo teniendo.

Una vez descubrimos que así como estábamos los chicos de Corvalán y Monte estaban los chicos de Gregorio de Laferrere y Monte. Es decir los chicos de la otra cuadra; serían, como en Lost, los otros. Los veíamos raros, como extranjeros, con sus nombres distintos y sus costumbres extrañas. Nos animamos a hacer desafíos que, vaya a saber por qué, como clásicos, se jugaban muy de vez en cuando así que tenían todo el sabor de finales. Cuando jugábamos de visitante, es decir a una cuadra de donde siempre, era como ir a jugar por la Libertadores al Maracaná. No me acuerdo si perdíamos, empatábamos o ganábamos; sólo recuerdo esa sensación de estar jugando por algo más sagrado que el triunfo, algo parecido a la vida. Con el correr de los años, al menos mi hermano y yo, terminamos siendo tan amigos de algunos chicos de la otra cuadra como de los de nuestra cuadra.

La vida en el barrio de chico era básicamente jugar con mis amigos. Llegar de la escuela, comer rápido y salir a la calle. Volver a casa para tomar la leche y salir a la calle otra vez. Volver a casa para cenar con papá y mirar la calle por la ventana, imaginando cómo serían los partidos de mañana. O por ahí las escondidas, si las chicas decidían jugar con nosotros. A veces jugábamos con las chicas del barrio; en esas circunstancias, los chicos, como animales, éramos más competidores que amigos porque todos queríamos conquistar a todas. Ninguno estaba enamorado de ninguna, o sí, pero a todos más o menos nos daba lo mismo quedarnos con cualquiera. Mi hermano se ganó a la mejor: una paquita de Xuxa, que le propuso matrimonio y que fue concretado con unos anillos de Batman. Mi hermano, un campeón, tendrían que conocerlo todos, como a mi barrio.

Tenía sus personajes entrañables, por esto o por aquello, Mataderos entonces. Estaba el judío que cuidaba su auto celeste y antiguo como si fuese su propio cuerpo. Y si le llegabas a poner un pelotazo al auto era mejor exiliarse. Estaba el tipo que se quería levantar a mi abuela, una vez que enviudó, y que tenía la casa repleta de monos. Estaba la hermana de unos amigos que te agarraba la pija y te decía que tenías un maní: a todos les decía lo mismo, así que o todos éramos cortos, o ella tenía un parámetro muy exigente, o tenía ganas de acomplejar niños. Estaba el mecánico tartamudo, el grandote que parecía Bruce Willis, el kiosquero que vendía falopa como chicles, la familia que tenía cara de perro pequinés, el matrimonio que se vivía puteando y golpeando, el amigo que apenas entró en la adolescencia se hizo drogadicto y el vecino al que cargábamos porque vivía haciendo mandados para su mamá.

Un día, mis padres decidieron mudarse. Más bien consiguieron su casa, en otro barrio. Mi nueva vida, sobre una avenida, en otro barrio, lejos de las calles adentro, cambió por completo. Las chicas de Mataderos impulsaron una suerte de despedida, que no esperaba, y nos dieron unas cartas que prometían no olvidarnos y nos deseaban suerte y felicidad y todo eso. Pensaba que iba a volver seguido a jugar con mis amigos, todos los días, pero estaba equivocado. A partir de ese mismo día, Mataderos, el barrio, pasó a ser este recuerdo que es hoy.

viernes, 15 de octubre de 2010

Guerrera

La clase de persona que odio

Hacia 2008, Guillermo Ruibal escribía en Pocas Expectativas:

"No odio a los mentirosos; después de todo, casi nadie tiene un real aprecio por la verdad. No detesto a los soberbios, especialmente cuando tienen de qué vanagloriarse. A los lujuriosos los felicito. Los envidiosos no me simpatizan; pero, después de todo, ¿quién habría de envidiarme a mí? Pero a los ingratos y a los traidores los aborrezco profundamente".

Por mi parte, hace poco me di cuenta que odio a una clase de persona, que es aquella que bajo ningún punto de vista es capaz de aceptar que cometió una equivocación. Este tipo de ser humano se presenta en dos formas: por un lado, están aquellos que tienen de su capacidad de accionar el mejor concepto y por otra parte quienes, al contrario, saben de su incompetencia y entonces optan por negar a muerte que se hayan confundido, creyendo así que estarán libres de que el mundo conozca de su realidad, de su condición de equívocos.

Los segundos despiertan odio pero, también, algo de ternura. Y es que en el fondo es gente poco lista, inocente como niños. Ellos se equivocan, hacen las cosas mal y cuando alguien les dice, no necesariamente con ánimo de reto, que eso no es así sino de otra manera no dan lugar a la corrección y tapan a veces levantando la voz las argumentaciones; como un nene que insulta y luego se cubre los oídos para no oír los insultos de réplica y así ganar el duelo. Lo penoso para esta gente es que, así, nunca aprenderán a hacer bien aquello que hacen mal. Es sabido que la mejor oportunidad para aprender, mejorar es hacerlo de los errores: si no se ve error, no hay nada para corregir.

Los primeros, cierto es, por lo general hacen las cosas bien; son gente eficiente, veloz, despierta, práctica, experimentada. También tienen algo de soberbios. Sucede que todos los lugares comunes tienen su razón de ser; la frase hecha que dice que todos nos equivocamos, justamente, no es antojadiza. Todos somos suceptibles de fallar, pero no todos tenemos la capacidad de asumirlo. Así, jamás una persona de esta especie pedirá perdón cuando otra le demuestre que está equivocada; a lo sumo se limitará a callarse y ya, ensimismada en su deseo de que el tiempo vuele y sepulte en el olvido su desacierto. Es una lástima, por cierto, ya que estas personas no podrán sumar jamás a su extensa y querida lista de cualidades una en particular: la grandeza.

jueves, 7 de octubre de 2010

La hija de la profesora

Con mucha timidez, sumamente despacio, en puntas de pie, evitando todo tipo de ruido, la hija de la profesora se sentó en un rincón del aula, mientras su mamá daba clase. Agarró papeles en blanco, un lápiz y empezó a dibujar, todo como pidiendo permiso. Ella, tan chica, con su ropa de colegio primario, era por lejos lo más llamativo que había en el lugar; entre tanta gente adulta, cansada, aburrida brillaba su luz de inocencia y preciosidad. Ocasionalmente, la mamá aprovechaba algún instante de pausa en la clase e intercambia gestos con su retoño en un código que sólo ellas comprendían. Justamente, con uno de esos gestos la profesora le indicó que fuera a algún lugar y, por primera vez, le habló: "Acordate para volver, aula 302, no te me vayas a perder". El amor entre madre e hija inundaba el aula y todos nos ahogábamos felizmente en él. La pequeña se puso de pie en cámara lenta y así también abrió la puerta y salió. Volvió a los diez minutos, con un sánguche de jamón y queso tostado. Se sentó otra vez en el rincón, puso la comida sobre sus piernas y, encorvada, como avergonzada, comió haciendo un esfuerzo encomiable por no hacer ruido. Nuevamente, la mamá le habló: "Hum... qué rico". Y la nena comió y comió, hasta terminar el sánguche.

***

Me gustaría que venga otra vez al aula la hija de la profesora. Y, cuando le dé hambre, me gustaría pedirle a la profesora que me permita acompañar a su hija al buffet del instituto. Me gustaría llevar a la nena de la mano hasta alguna mesa del lugar, la que se vea mejor. Asegurarme que se sienta cómoda. Me gustaría ir a la cocina, agarrar el jamón, el queso, el pan, prender el horno; abrir el pan, ponerle las fetas de fiambre en el medio, meter todo en el horno; cuidar que no se queme nada, revisar que se ponga bien tostadito, con el fiambre un tanto derretido y el pan medianamente crocante; poner el sánguche arriba de un plato; elegir alguna gaseosa de la heladera, preguntarle a ella cuál es la que más le gusta. Y servirle. Y que le guste. Y verla comer, alimentarse sin timidez, sin evitar hacer ruido, sin pedir permiso. Comer y comer y que esté bien rico. Ahora entiendo, entonces, un poco de esa pasión de los adultos tiernos y sensibles, como las dulces abuelas, por alimentar a los pequeños. Hay, en un punto, una relación entre alimentar y amar. También podría ponerle los dibujitos. Pero no hay televisión en el buffet del instituto; bueno, algo se me ocurrirá. Y después del tostado, tal vez un alfajorcito, de postre. Siempre queremos algo dulce después de lo salado. Y pedirle que me cuente de sus cosas: qué le gusta dibujar, qué le gusta mirar por televisión, qué hizo hoy en la escuela, cómo es su mejor amiga, qué quiere ser cuando sea grande. Y escucharla, con atención, con amor. Y después, por último y hasta que su mamá se la lleve a casa, agarrar papeles en blanco, crayones, marcadores, lápices de colores y ponernos a dibujar.

lunes, 4 de octubre de 2010

Marchitándome como una flor

Uno de los cien discos más populares de la historia de la música es "Joyride", el tercer álbum de Roxette. Justamente, la tercera canción de esta realización es nuestro Alto Tema de la fecha: "Fading like a flower". La pieza, tan tierna como poderosa, muestra la plegaria de un corazón que sufre, un corazón que como dice el nombre de la canción se marchita como una flor, porque no encuentra manera de olvidar, de dejar ir. Hacia 1992, la fortuna bendijo las tierras argentinas: el 2 y el 3 de mayo de aquel año, la banda sueca vino al país y tocó esos dos días en la cancha de Vélez Sarsfield. A continuación, el gratísimo y emocionante recuerdo de Roxette en ese entonces haciendo "Fading like a flower".

jueves, 30 de septiembre de 2010

Ajustando cuentas con la mafia china

La fiambrera, una anciana china, cortó los cien gramos de jamón cocido y anotó con letra de doctor el valor sobre el paquete de papel: $ 3,90. La cajera, una joven china, me pidió $ 3: leyó $ 3,00 en vez de $ 3,90. Enseguida, descubrí mi chance de cobrarme varios centavos de los que me quita a diario el autoservicio chino de frente a mi casa, cobrándome $ 0,20 en concepto de frío por cada bebida que agarro de sus heladeras; por cierto, en la mayoría de los casos el frío que sin vergüenza venden es, más bien, un punto medio entre lo natural y lo frío. Entonces, mientras descubrí el error de la cajera, rápidamente llegué a un acuerdo con mi conciencia y me hice el distraído, pagando $ 3 por algo que en realidad valía $ 3,90, ajustando un poco las cuentas con la mafia china.

lunes, 27 de septiembre de 2010

Caballerosidad o, al menos, piedad

La mayoría de los trabajadores que regresan a su casa viajando en colectivo, por supuesto, lucen cansados. Y el viaje se hace más confortable y la fatiga de la jornada pesa menos si consiguen un asiento en el transporte. Sin embargo, no alcanzan las butacas para todos y algunos, desafortunados, deben ir de pie. Una mujer, de menos de treinta años, evidentemente agotada, se encontró dentro del grupo de los que debían viajar parados, pero de repente no pudo más con su cansancio y se sentó en el piso del colectivo, entre las piernas de la gente. A su lado, bien cerca, un muchacho, de la misma edad, iba sentado y contento, escuchando música. No consideró, él, cederle su lugar a la mujer; si lo evaluó, llegó a la conclusión de seguir cómodo y feliz. Ella en ningún momento pretendió un asiento, no hizo ningún comentario ni ademán; simplemente se sentó en el suelo y ya. Tal vez sea inocente solicitar caballerosidad a esta altura del siglo pero, al menos, piedad, señores.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Pablito

Es raro lo que me pasa con mi amigo Pablito: ya es grande como yo, ya terminamos la secundaria, ya hicimos una experiencia sin éxito en la universidad, ya tuvimos que ir a trabajar, ya dimos un paso en falso. Sin embargo, lo veo ahora, crecido como yo, y veo a un nene; a ese mismo adolescente con el que perdí miles de horas mirando partidos de fútbol, escuchando música y jugando jueguitos. En realidad, y haciendo justicia, está mal decir que perdí aquellas horas: nada más lejos de la derrota que todos esos momentos. Hasta seguro que si volviera a hacer eso de caerle tipo cuatro de la tarde en la casa me lo encuentro pensando con qué va a acompañar la leche chocolatada de la merienda, si con galletitas o con alfajores; si son las primeras, son las Surtido; si son los segundos, son los Jorgito, esos que vienen en paquetes de a seis y son más chicos que el clásico. La cuestión es que es raro lo que me pasa con mi amigo Pablito: lo veo poco, tres o cuatro veces por año nada más. Antes, antes que nos lleve la vida, o que nos dejemos llevar por ella, nos veíamos todos los días. Y cada vez que lo veo me da ternura. ¿Y cómo me va a dar ternura un hombre peludo, medio gordo y medio sucio? ¿Cómo es que me da ternura un tipo cerca de los treinta? Pero ternura de esa que le hace honor a la palabra ternura, eh: tengo que hacer fuerza para no ponerme a lagrimear por la conciencia que me dice que, en realidad, Pablito ya tiene casi treinta pirulos, que ya creció, como yo. Vaya a saber entonces qué tiene Pablito que cada vez que nos vemos me produce lo mismo: ganas de abrazarlo y hacerle sentir que lo quiero; ganas de preguntarle cómo hace para transmitir con una simple mirada que, efectivamente, no miente cuando canta que "la vida pasa por las cosas más boludas"; ganas de volver el tiempo hacia atrás y quedarme todos los días de nuevo en su casa, simplemente jugando jueguitos, escuchando sus nuevas canciones, pensando con qué vamos a acompañar la leche chocolatada de la merienda. Hace canciones Pablito, tiene una banda. Está buena la banda. Lo confieso: no voy a todos los recitales, más que nada porque no suelo ir nunca siempre a todos lados. Pero cuando voy y escucho las canciones, esas mismas canciones que yo conocí apenas fueron hechas, cantadas con guitarra criolla sólo para mí, sin público y sin banda, sólo con el cantante y su vieja guitarra, qué le voy a hacer, me emociono; se me hace un nudo en algún lugar del camino que hay entre mi boca y mi pecho. Y me dejo llevar por la emoción. Pablito, como buen nene, es bueno; le canta a su mejor amigo de la escuela, a su primera novia, a la chica que le dijo que no. Pareciera que todo tiempo pasado fuera mejor para él, como creo yo. Nunca le pregunté si él cree que sí, que todo tiempo pasado fue mejor; tal vez sí y por eso lo vea como un nene. Porque Pablito se propuso no dejar de ser Pablito; él se propuso que hoy y mañana sean como ese ayer que fue mejor. Sí, tiene sentido, si no faltan quienes dicen que es un inmaduro, que cómo puede ser que todavía viva con los padres, que trabaje medio día, que estudie música. Proponen, en realidad ordenan, que haga otra cosa con su vida: que estudie otra cosa, que se busque lo que ellos consideran un trabajo serio, que se case, que tenga hijos, que haga una vida normal. Que sea Pablo, uno más de ellos, de esos aburridos y amargados que nunca resistieron por sus sueños reales y trataron de borrar a su verdadero ser para que no los lastime con el peso de su verdad asesinada por temor, por falta de agallas. Pablito seguirá siendo Pablito, mi Pablito, y lo quiero así para siempre. Pablito seguirá siendo Pablito y, así, me ayudará a continuar porque él, acaso sin darse cuenta, es ejemplar.

martes, 21 de septiembre de 2010

jueves, 16 de septiembre de 2010

Argentina, Cuba y Estados Unidos: no tan distintos

El diputado Héctor Recalde, del Frente para la Victoria, tomó la iniciativa del siguiente proyecto: dictaminar que los dueños de las empresas compartan un porcentaje de sus utilidades con sus empleados. Puntualmente, un 10% de la utilidad anual. Este proyecto, que rápidamente recibió el apoyo público de Hugo Moyano y Néstor Kirchner, será presentado en el Congreso la próxima semana.

Por su parte, el presidente de la Unión Industrial Argentina, Héctor Méndez, rechazó la idea y declaró que la misma es otra prueba de que "Argentina se parece a Cuba", por supuesto empleando la comparación peyorativamente. No obstante, obvió que su implementación haría similar al país también con Estados Unidos, Alemania, México y Brasil, tal como le recordó oportunamente Alfredo Zaiat. Oscar Aguad, jefe del bloque de diputados de la Unión Cívica Radical, también criticó negativamente al proyecto: "Es voluntarista, rídiculo y espantará a las inversiones". En cambio, su par pero del Frente para la Victoria, Agustín Rossi, adelantó que el bloque que lidera acompañará la iniciativa.

***

La lluvia golpeaba suavemente el auto de mi papá, mientras él me llevaba del trabajo hacia mi casa, el viernes pasado. Como es habitual en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, sobre todo en la zona central, el viaje era apto sólo para gente paciente, como nosotros. De repente, él, que conoce de si simpatía por nuestra presidente y nuestro anterior ex presidente, Cristina Fernández de Kirchner y Néstor Kirchner respectivamente, me preguntó indignado, incrédulo cómo podía apoyarlos si no paran de hacer locuras, por ejemplo ahora avalando "la idea de Moyano" de que los empleados tengan acceso a los balances de las empresas para las que trabajan e incluso participen de las utilidades de las mismas. Yo, que todavía no estaba enterado del proyecto de Recalde, escuché las protestas de mi papá y, de inmediato, mi abatida salida del trabajo, después de toda una semana, y mi frustrante viaje, más otra repetida suma de quejas sobre los políticos que estimo, quedaron olvidados por completo: imaginarme leyendo los balances de la empresa para la que trabajo, contando cuánto ganaría a fin de año, cuánto ganarían mis compañeros, imaginando que al fin no sólo los jefes, los dueños serían los que se repartan la torta más grande me hizo feliz, pero no por el dinero en sí sino por la posibilidad de justicia, de la tan mencionada distribución de la riqueza, de la igualdad, del achicamiento de las barreras, del tiro para el lado de los siempre subyugados; cientos, miles, millones de empleados en Argentina disfrutando de la llegada de fin de año, recibiendo una parte de la utilidad que consiguió la empresa, por supuesto gracias al trabajo realizado día a día, al fin recompensado con algunas creces.

Le pregunté a mi papá por qué estaba mal que los empleados reciban un porcentaje de la ganancia anual de la empresa para la que trabajan. Me respondió que porque los empleadores son los que invierten, los que corren riesgos y, en tanto, los que deben ganar; los empleados, en cambio, trabajan por un sueldo a cambio, no por la ganancia como sí hacen los jefes que son los que o ganan o pierden. Le puse un ejemplo: si la empresa a fin de año gana U$S 100.000, ¿te parecería mal que le dé a sus empleados para repartir entre ellos unos U$S 10.000, por ejemplo? ¿Te parece que no sería justo eso, que no sería bueno, que no sería positivo incluso, a fin de cuentas, para la empresa que dirigen, al tener a su plantilla de empleados felices con apenas una pequeña parte de todo lo que ganan? Es decir, en ese caso puntual, en vez de U$S 100.000 ganarían U$S 90.000. Me dijo, ahora, que está bien, que sí sería justo, que sí sería bueno pero eso debe poder ser elegido por cada empresario y no dictaminado por el gobierno; el gobierno no debe obligar a los empresarios a nada. Le contesté que lo justo no debe ser sugerido: el Estado debe impartir justicia. Me respondió que eso no era justicia; eso, más bien, era demagogia; era ser justo con el bolsillo ajeno.

***

El proyecto, según se amplió luego de que salió a la luz primariamente, está ideado en principio para empresas que tienen más de trescientos empleados o para empresas que cuentan con pocos empleados pero tienen grandes ganancias por el uso de alta tecnología en reemplazo de mano humana. Recalde declaró, al respecto de las críticas negativas recibidas, que no se trata de "una ley anti empresa sino que va a beneficiar a las empresas: si el trabajador tiene un incentivo para que la empresa gane, va a querer que gane la empresa. Si yo voy a participar de las ganancias, ¿cómo no voy a querer que la empresa gane? Es sentido común". Por su parte, Kirchner agregó: "La ortodoxia neoliberal dice que hay que dar premios por productividad. Pero tienen que tranquilizarse, señores de la Unión Industrial Argentina, y sentarse a discutir con sinceridad. Les pido que la Argentina avance hacia 1974, cuando la torta era 50% para empresas y 50% para los trabajadores, una distribución equitativa y justa".

lunes, 13 de septiembre de 2010

Látigos contra la barbarie

En 2008, Mauricio Macri, a través de su por entonces Ministro de Educación Mariano Narodowski, declaró obligatorio que en todos los actos de las escuelas de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires se cante el himno a Domingo Faustino Sarmiento. Cabe mencionar, por cierto, que Narodowski renunció a su puesto después de verse implicado en la causa por las escuchas ilegales en la que, se sabe, también se acusa a Macri.

La simpatía del ingeniero y sus seguidores por Sarmiento acaso se entienda leyendo un fragmento de "Facundo", su obra más conocida, en la que diserta de la siguiente forme sobre las diferencias que encuentra sobre lo que denomina civilización y barbarie:

Da compasión y vergüenza en la República Argentina comparar la colonia alemana o escocesa del sur de Buenos Aires y la villa que se forma en el interior: en la primera, las casias son pintadas; el frente de casa, siempre aseado, adornado de flores y arbustillos graciosos; el amueblado, sencillo, pero compleo; la vajilla, de cobre o estaño, reluciente siempre; la cama, con cortinillas graciosas, y los habitantes, en un movimiento y acción continuos. Ordeñando vacas, fabricando mantequilla y quesos, han logrado algunas familias hacer fortunas colosales y retirarse a la ciudad, a gozar de las comodidades.
La villa nacional es el reverso indigno de esta medalla: niños sucios y cubiertos de harapos, viven como una jauría de perros; hombres tendidos por el suelo, en la más completa inacción; el desaseo y la pobreza por todas partes; una mesita y petacas por todo amueblado; ranchos miserables por habitación, y un aspecto general de barbarie y de incuria los hacen notables. Esta miseria (...) motivó, sin duda, las palabras que el despecho y la humillación de las armas inglesas arrancaron a Walter Scott: "Las vastas llanuras de Buenos Aires no están pobladas sino por cristianos salvajes, conocidos bajo el nombre de gauchos, cuyo principal amueblado consiste en cráneos de caballos, cuyo alimento es carne cruda y agua y cuyo pasatiempo favorito es reventar caballos en carreras forzadas. Desgraciadamente -añade el buen gringo- prefirieron su independencia nacional a nuestros algodones y muselinas".
(...) La ciudad es el centro de la civilización argentina, española, europea; allí están los talleres de las artes, las tiendas del comercio, las escuelas y colegios, los juzgados, todo lo que caracteriza, en fin, a los pueblos cultos.
Le elegancia en los modales, las comodidades del lujo, los vestidos europeos, el frac y la levita tiene allí su teatro y su lugar conveniente. No sin objeto hago esta enumeración trivial. La ciudad capital de las provincias pastoras existe algunas veces ella sola, sin ciudades menores, y no falta alguna en que el terreno inculto llegue hasta ligarse con las calles. El desierto las circunda a más o menos distancia: las cerca, las oprime; la naturaleza salvaje las reduce a unos estrechos oasis de civilización (...).
El hombre de la ciudad viste el traje europeo, vive de la vida civilizada, tal como la conocemos en todas partes: allí están las leyes, las ideas de progreso, los medios de instrucción, alguna organización municipal, el gobierno regular. Saliendo del recinto de la ciudad, todo cambia de aspecto: el hombre de campo lleva otro traje, que llamaré americano, por ser común a todos los pueblos; sus hábitos de vida son diversos; sus necesidades, peculiares y limitadas; parecen dos sociedades distintas, dos pueblos extraños uno de otro. Aún hay más: el hombre de la campaña, lejos de aspirar a semejarse al de la ciudad, rechaza con desdén su lujo y sus modales corteses, y el vestido de ciudadano, el frac, la capa, la silla, ningún signo europeo puede presentarse impunemente en la campaña. Todo lo que hay de civilizado en la ciudad, está bloqueado allí, proscrito afuera, y el que osara mostrarse con levita, por ejemplo, y montado en silla inglesa, atraería sobre sí las burlas y las agresiones brutales de los campesinos.

Por lo demás, "Facundo" fue escrito en 1845, en el segundo exilio de Sarmiento en Chile; él, entonces, era uno de los opositores al gobierno de Juan Manuel de Rosas y escribió este libro para explicar por qué debían ser eliminados de Argentina hombres como Rosas y Juan Facundo Quiroga. Justamente, la obra es la biografía de Quiroga aunque, en realidad, más bien sea lo dicho antes: una argumentación del mal que significa la figura del caudillo, del gaucho con poder, en tanto representantes máximos de lo que él consideraba barbarie.

A continuación, se transcribe otro fragmento de "Facundo"; en este caso, una anécdota de Quiroga en su niñez:

En la casa de sus huéspedes, jamás se consiguió sentarlo a la mesa común; en la escuela, era altivo, huraño y solitario; no se mezclaba con los demás niños sino para encabezar en actos de rebeldía y para darles de golpes. El magister cansado de luchar con este carácter indomable, se provee, una vez, de un látigo nuevo y duro y lo enseña a los niños, aterrados: "Éste es para estrenarlo en Facundo". Facundo, de edad de once años, oye esta amenaza y al día siguiente la pone a prueba. No sabe la lección, pero pide al maestro que se la tome en persona (...) El maestro condesciende; Facundo comete un error, comente dos, tres, cuatro; entonces el maestro hace uso del látigo y Facundo, que todo lo ha calculado, hasta la debilidad de la silla en que su maestro está sentado, dale una bofetada, vuélcalo de espaldas, y entre el alboroto que esta escena suscita, toma la calle y va a esconderse en ciertos parrones de una viña, de donde no se le saca sino después de tres días. ¿No es ya el caudillo que va a desafiar, más tarde, a la sociedad entera?

jueves, 9 de septiembre de 2010

Del más allá

Hoy estuve mal todo el día, mi amor. Y no me podía dar cuenta por qué. Es una situación angustiante, asfixiante; anduve con cara larga, con la vista en el piso. No tenía ganas de nada; no quería hablar con nadie, odié más que nunca a mis jefes, pero con un odio diferente, como resignado. ¿Pero si hoy no me hicieron nada?, me preguntaba y no entendía qué pasaba. Sé que en otras ocasiones me sentí así pero fue hace muchos años, muchos. ¿Y ahora por qué de repente esta aflicción, por qué nada vale la pena? Hasta que de pronto recordé mi sueño de esta madrugada; nuevamente, tal como me sentí apenas me desperté y me di cuenta que había sido un sueño, me desesperaron las sensaciones. Mi abuela, uno de mis hermanos, mi papá y yo íbamos junto a mi abuelo a cenar afuera, en una suerte de última cena junto con él porque todos sabíamos que al día siguiente moriría. Mi abuelo, en realidad, murió el año pasado. Pero en mi sueño ahí estábamos, caminando muy despacio junto a él. ¿Cómo podía ser que lo hayamos dejado salir tan desabrigado?, me quejaba. Él estaba con una de sus camisas de tela delgada, que usaba siempre en enero, y todos nosotros con nuestras camperas de astronautas. Cada vez que mi abuelo me miraba se le llenaban los ojos de lágrimas, como diciéndome con sus ojos que no quería morirse y que me iba a extrañar: yo le respondía lo mismo con mi mirada; yo, por supuesto, no quería que se muera y siempre supe que lo iba a extrañar mucho. Pero no permitía que las lágrimas aparecieran porque quería mostrarme fuerte con él, como para trasladarle fuerza. Pero de repente él casi que se cae y yo rápidamente fui en su ayuda y lo sostuve; mi abuela, mi papá y mi hermano quedaban atrás, no sé por qué, ya sólo seguíamos mi abuelo y yo, casi cayéndonos al principio, porque se me hacía muy difícil sostenerlo, pero pronto lo lograba y seguíamos camino, despacio. Él me miraba agradecido y avergonzado por la situación. Lo tenía tan cerca abrazado a mí y ahora que lo recuerdo sentí su olor; ¿cómo no voy a sentirlo si estaba sobre mí? Pero fue un sueño, aunque yo te juro, mi amor, que olí su perfume de siempre. Toda la vida él usó el mismo perfume. Toda la vida. Y seguíamos camino, juntos al restaurante al que íbamos a comer su última cena. Ahora sé, mi amor, porque estuve destruido toda el día, sin ganas de nada, ni siquiera de saber por qué andaba así. Y ahora, mi amor, a diferencia de en mi sueño, lloro a rienda suelta. Nunca dejé de llorar tu muerte, abuelo, y te extraño mucho. Algo sobrenatural sucede, mi amor: tengo puestos los zapatos de mi abuelo, que me regaló mi abuela después que él muera. Y me están temblando los pies, como jamás me temblaron. Siento un terremoto en mis zapatos. Vení, abuelo, dame un abrazo: yo te voy a sostener y no te voy a dejar caer.

martes, 7 de septiembre de 2010

Los repugnantes

En más de una entrevista, Federico Luppi expresó su visto bueno por el gobierno de Néstor Kirchner, en principio, y de Cristina Fernández de Kirchner, después. En una ocasión, citó como argumento de su pensar la ocasión en la que Kirchner, hacia marzo de 2004, en el Colegio Militar, le ordenó al por entonces jefe del Ejército, el teniente general Roberto Bendini, que descolgara los cuadros de Jorge Videla y Roberto Bignone.

En ese entonces, también dio un discurso ante los generales y cadetes del lugar, en el que entre otras cosas dijo: "Nunca más tiene que volver a subvertirse el orden institucional", "Retirar estas imágenes marca un claro posicionamiento que tiene todo el país, de terminar con aquella etapa lamentable y que definitivamente esté consolidada la democracia y desterrado el terrorismo de Estado", "Que quede bien claro, el terrorismo de Estado es una de las cosas más sangrientas que le pueden pasar a una sociedad, no hay nada que lo habilite y menos la utilización de las Fuerzas Armadas", "Que el 24 de marzo se convierta en la conciencia viva de lo que no debe hacerse en la Patria, nunca más se tiene que volver a subvertir el orden institucional en la Argentina".

Según relataron las crónicas, las palabras del por esa época presidente no cayeron bien para sus receptores: mientras algunos no disimularon lo desagradables que les resultaban, otros miraban el reloj, como ordenándole a sus agujas que giren más rápido.

No obstante, y por supuesto, los militares no permitirían lo que consideraban semejante mancha a su orgullo sin presentar resistencia, limitándose a poner cara de asco o suplicando que el tiempo vuele. Su venganza, en verdad, ya había sido planeada y ejecutada: días antes que Kirchner llevara adelante su propósito, misteriosamente, desapareció el cuadro de Videla y, en su lugar, quedó un papel con onomatopeyas de risas. El cuadro original, luego, fue reemplazado por una fotografía ampliada para permitir el desarrollo del acto pactado. Así, el Colegio Militar quiso salvar su orgullo y dignidad pero, en realidad, dio una prueba más de lo miserable, repugnante, canalla y abyecto de su condición.

viernes, 3 de septiembre de 2010

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Cinco menos

A Eduardo Feinmann

Los agarré a todos juntos. Sí, a los cinco yo solo: los sorprendí cuando caía la noche y ellos emprendían la retirada en conjunto, como les gusta hacer las cosas a estos pichones de bolcheviques. Los encaré por detrás ahí, en la esquina de la escuela que tanto dicen querer y cuya mala fachada tanto dolor les hace sentir. Como escuché que decía una señora por la radio, ¿si tanto les molesta el estado de los colegios por qué no se los ponen a arreglar ellos? ¿Por qué no aprovechan, si tan mejores son que el gobierno, y dan el ejemplo de cómo hacer las cosas? De paso aprovechan y aprenden cosas útiles, como pintar paredes; no con aerosol para arruinarlas con estupideces sino con pintura para protegerlas y dejarlas limpias y presentables. Pero hemos ganado una batalla, en esta guerra. Porque agarré a los de pinta de más revoltosos, tenías que verlos: uno con la cabeza toda rapada salvo en el medio, una cresta como le dicen tenía el pendejo. Y otro con los pelos sucios que parecían fideos gordos pegados, rastas le dicen. Otro gordo hasta lo obsceno, uno narigón y otro con cara de nada. Este último, estoy seguro, pagó por elegir mal la compañía. Que se joda. Los escuché hablar un poco antes de asaltarlos: hablaban de horarios de asambleas para mañana y de programas de televisión y radios a los que irían. Pero el mañana, el tiempo futuro era un error en sus sucias bocas. Tendrías que haberles visto el terror cuando les grité, se dieron vuelta y vieron mi arma apuntarles uno a uno; el de los pelos como el drogadicto jamaiquino, no te miento, se puso a llorar de inmediato. Tanto que se la daba de Camilo Cienfuegos el maricón, tenías que verlo, llorando como un bebé. Me los llevé a todos a casa, tenía hecho los arreglos. Nada podía salir mal y nada, en efecto, salió mal. Primero nos divertimos un poco; más bien, me divertí: ¿viste como le hacen hacer al nene de los dibujos que se la pasan mirando? Algo dijo bien el cocainómano de Andrés Calamaro: son hijos de Homero Simpson. La cuestión es que tenía cinco pizarrones preparados, uno para cada uno, y los hice escribir hasta que se terminara la caja de tizas "No debo tomar escuelas". Cuando se daban vuelta para mirarme, veían el arma y de inmediato continuaban. Lo hicieron muy bien. Les pregunté que querían ser de grandes -aunque no llegaran a esa instancia- y me contestaron que músico, que doctor, que ingeniero en informática, que político. Sí, un idiota quería ser político para mejorar al país. Pobre nuestra patria, obligada a criar vagancia. El gordo quería ser filósofo: ni en un taxi podría serlo, si no entra en ninguno la ballena. Después siguieron en silencio, tal como se los pedí: sólo una vez uno se atrevió a romperlo, el de la cara de nada, para pedir que los dejara ir; alcanzó un tiro al suelo cerca a los pies del narigón para que nadie volviera a decir palabra. Y el plan, el castigo debía completarse. Rápidamente, sin esperar a que terminen, empecé poniéndole un tiro en las piernas a cada uno; la sangre chorreaba por todos lados, como sache de leche explotado, y se revolcaban como cucarachas que se ahogan inevitablemente; era tal la histeria de súplicas y arrepentimiento, de griterío y llanto, que, contra mi idea de estirar el remate un poco más, les apunté y acerté a cada cabeza sin falso suspenso ni prolongada agonía. Y ahora, mi querido amigo, que se vayan a tomar escuelas al infierno.

lunes, 30 de agosto de 2010

Maldito lunes

El viernes, antes que caiga la noche, se siente liberación: comienza el fin de semana, atrás queda el trabajo. Pero después de un sábado feliz, llega el domingo que es principio del fin; así como el viernes principia la alegría, el domingo, sobre todo el domingo antes que caiga la noche, principia la tristeza: termina el fin de semana, hay que ir al trabajo. Eternauta es una de las tantas personas a las que esta situación angustia: guiado por su sentir al respecto, se refiere al primer día de la semana anteponiéndole el tilde de maldito. Hacia 1984, Prince tenía en sus manos la canción "Manic Monday", es decir "Lunes maniáticos", y quería dársela a alguna banda: primero pensó en Apollonia 6 pero finalmente se la entregó a The Bangles; aparentemente, según cuenta la leyenda, a cambio de ello pretendía una cita con la cantante del grupo, Susanna Hoffs. "Manic Monday", que pertenece al segundo disco de The Bangles, "Different Light" que salió en 1986, es nuestro Alto Tema de la fecha. La canción, un pop de lo más divertido y entrañable musicalmente, como se supone relata las angustias de que se termine el fin de semana y haya que volver al trabajo, culpando de todo al maldito lunes. Oración aparte, por cierto, ameritan los coros que acompañan a la voz durante casi toda la pieza, destacándose como gran valor. Finalmente, y a continuación, el video de la canción. Se agradece, antes, al ingeniero Jean Chichè, que acercó oportunamente la sugerencia de esta obra.

viernes, 27 de agosto de 2010

Cómo recuperar la fe en el bien

Después de estoicos días de hacer sólo lo que hay que hacer, de hacer siempre lo correcto, lo bueno, aquello que aconsejaría el padre más justo, eso que estaría escrito en el libro que todos considerarían el camino de lo noble, se agotan, se acaban, se esfuman resignadamente las energías para continuar por ese sendero, así como así, repentinamente. Y, entonces, hay sólo una manera de retomar la fe en aquel trayecto: cometer la peor de las acciones, el más malo de los crímenes; bajar del cielo de la luz y descender al infierno de la oscuridad; alejarse por completo del bien, hasta identificarse con el más cruel de los rufianes. Y ahí abajo, entre angustia y desconsuelo, llanto y soledad; ahí abajo, sin cura confesor alguno, con un arrepentimiento que carcome y destruye el alma traicionada, se recupera la creencia del valor de hacer sólo lo que hay que hacer, de hacer siempre lo correcto, lo bueno, aquello que aconsejaría el padre más justo, eso que estaría escrito en el libro que todos considerarían el camino de lo noble.

martes, 24 de agosto de 2010

Esperando al 23

Me fui del trabajo casi huyendo, casi no: me fui fugándome, a toda marcha, sin saludar a nadie, harto de todo y de todos. Salí a la calle a toda velocidad, no con ganas de llegar a casa sino con el mero deseo de alejarme lo más lejos posible del yugo. Hacía frío, mucho. Caminaba como si fuese un auto en una autopista, esquivando gente, pasándola por derecha o izquierda, sin ninguna caballerosidad. Ya estaba llegando a la avenida donde me tenía que tomar el colectivo y vi a decenas de personas como yo esquivando a un ciego, haciéndose los distraídos para no ayudarlo a parar el colectivo que estaba esperando. El ciego, solo, con su bastón blanco, parecía otro poste al lado del poste del 23. Hice lo mismo que el resto: lo pasé de largo diciéndome que estaba muy apurado. Pero a los cinco pasos frené. A los cinco pasos pude parar. A los cinco pasos pude encontrarme.

-¿Te doy una mano?-le pregunté-Te aviso cuando llegue el colectivo y te lo paro.
-Muchas gracias. Ya debe de estar por llegar igual, hace un rato largo que estoy esperando.

El frío me hizo llorar y me endureció las orejas como dos hielos. Intenté sacarle algún tema para conversar un poco mientras aguardábamos, pero se mostró como un tipo de pocas palabras. Me quedé mirando hacia el horizonte, pensando en nada un rato. Ambos en silencio, un silencio incómodo, que cada vez se hacía más largo.

-Andá, ya me esperaste mucho-dijo finalmente.
-No, no, es un placer. Además no estoy apurado por llegar a ningún lado; estaba apurado sí por irme del trabajo.

A partir de ahí, entonces, comenzamos a charlar como lo hacen esas personas que intercambian sus primeras palabras y la mera intuición les hace advertir que congenian, que sus seres vivieron, piensan y sienten en una misma frecuencia, que no hace falta más que charlar un par de veces para saber que quieren conversar por siempre. Él era un hombre delgado, con los ojos celestes desorbitados y sinceros. Me preguntó de qué trabajaba, me contó de él: se recibió de abogado, pero dejó de ejercer luego de quedar ciego. Labura de cobrador en una obra social. Un trabajo muy ingrato repetía, por no decir un trabajo de mierda. Se animó a decir que era un trabajo de mierda finalmente. La gente le cortaba intempestivamente, lo insultaba, y su supervisora la tenía con él: siempre todo lo que hacía estaba mal, me contaba. Y soñaba con conseguir otro empleo. Le dije que ya iba a llegar, que tal vez era un momento. Me dijo que sí, que estaba de acuerdo, pero con risas me contó que este era un momento que ya llevaba tres años. Y me siguió hablando de su supervisora y, levantando la voz, me dijo que ya se había hecho respetar con ella. Una de las cosas por las que lo reta es porque él escucha los motivos por los que las personas no pagan la cuota, porque algunos no le cortan o lo insultan sino que le cuentan de los problemas económicos, familiares y hasta sentimentales que tienen, y él los escucha. La supervisora le dice que él no debe perder tiempo con eso: si un deudor no tiene el pago, por lo que fuese, él debe cortarle rápido y llamar a otro y así constantemente. En una hora debía de hacer como treinta llamadas. Pero él le explica que no puede hacer eso, que si alguien le quiere explicar por qué no paga debe escucharlo, por respeto, porque son personas. Y de repente apareció el 23. Le avisé, le frené el colectivo, nos palmeamos, me agradeció, le agradecí, nos deseamos suerte. Y regresé a mi casa con una sonrisa de oreja a oreja, ya en el olvido por completo mi estado de hartazgo y furia anterior; sonrisa de oreja a oreja porque hice un nuevo amigo. Te quiero, amigo. Ojalá nos volvamos a cruzar.

lunes, 23 de agosto de 2010

"Exhala lo malo, aspira lo bueno, exhala lo malo, aspira lo bueno"

Entre las grandes comedias que protagonizó Jim Carrey se encuentra "Tonto y retonto", que enseña las peripecias de Lloyd Christmas y Harry Dunne. Ambos viajan desde Providence hasta Colorado para devolverle su valija a la hermosa Mary Swanson, de la que Lloyd está perdidamente enamorado. La cuestión es que la valija contiene una fortuna en dólares, que se usaría para pagar la liberación del secuestrado esposo de Mary. Los secuestradores, entonces, van por los héroes del film. En una de las escenas, la preferida de este servidor, uno de los delincuentes, el temible Joe Mentalino, se hace pasar por un tipo que hacía dedo por la ruta para infiltrarse entre Lloyd y Harry; en el restaurante "Comida picante de Dante", Joe planea matar a sus enemigos con veneno para ratas en pastillas que tenía en su saco pero...

jueves, 19 de agosto de 2010

Restando puntos

A principios de junio, Mauricio Macri viajaba rumbo a los Tribunales de Comodoro Py, pero una manifestación de vecinos de la Villa 31 se interpuso en su camino; entonces, el Jefe de Gobierno solucionó el problema subiéndose a la moto de un muchacho que pasaba por ahí, luego de pedirle que lo llevara hacia su destino. Como se sabe, el suceso terminó con Macri pagando $ 135 de multa y perdiendo dos puntos del Sistema de Evaluación Permanente de Conductores, puesto que viajó sin casco.

Por cierto, y como de costumbre, el episodio dejó para el recuerdo algunos desaciertos del político: por un lado, cuando relató el suceso al periodismo, Macri se refirió a su salvador como "motochorro" en primera instancia y, por otra parte, se refirió a la protesta de vecinos de la Villa 31 como "un corte de los tipos de Moyano".

Recientemente, a través de Secreto Cero, Gabriel Michi informó que el ingeniero corre riesgo de continuar restando unidades en el Sistema de Evaluación Permanente de Conductores, ya que a mediados de junio -apenas una semana después de perder sus dos primeras unidades-recibió una nueva multa, en este caso por exceso de velocidad circulando por la Autopista Perito Moreno. Esta infracción, que estipula una quita de entre cinco y diez puntos, podría colocar en peligro la habilitación para conducir de nuestro Jefe de Gobierno; Dios no lo permita, ¿qué será de los porteños si Macri no puede salir de su casa, subirse al auto, llegar al trabajo y cuidar de nuestro bienestar y de nuestros intereses?


martes, 17 de agosto de 2010

Ser un mejor hombre

Hacia agosto de 2000, Robbie Williams publicó su tercer disco, "Sing when you´re winning"; dentro del mismo se encuentra nuestro Alto Tema de la fecha, "Better man". La hermosa balada, que tiene también versión castellana, es una súplica del músico a su ángel de la guarda y a Dios, pidiéndoles "tranquilidad, veranos", "mantenerlo lejos del daño" y "alguien que lo ame", ya que "necesita unos brazos sobre los cuales reposar". Según confiesa en la pieza, Williams también sufre porque se "está volviendo viejo antes de tiempo". A cambio de sus peticiones, el cantante ofrece madurar y jura estar "haciendo todo lo posible para ser un mejor hombre". Antes de proyectar al músico cantando en vivo "Better man", se dedica la canción al fanático más destacado suyo, Ricardo Iorio. Uno de los sueños de la voz de Almafuerte, según le contó a Rolling Stone en una reciente entrevista, es "cantar en castellano las canciones de Robbie Williams".

jueves, 12 de agosto de 2010

Cien años de amor

La profesora de literatura Sandra Sayago piensa que Gabriel García Márquez es un escritor de una sola buena obra; se refiere a "Cien años de soledad". Yo, que hasta hace poco de él sólo había leído la mitad de "Doce cuentos peregrinos", que abandoné porque no me gustaba, supuse que tenía razón: todo el mundo habla maravillas de esa novela. Sin embargo, recientemente le di otra posibilidad al autor colombiano, con "El amor en los tiempos de cólera" y, ya antes de finalizar la lectura, cambié de opinión: si es cierto que "Cien años de soledad" es un gran libro, cosa que espero verificar pronto, entonces García Márquez es un escritor no de una sola buena obra sino de dos.

"El amor en los tiempos de cólera" principia relatando los últimos días del honorable doctor Juvenal Urbino, junto a su esposa Fermina Daza; cuando él muere, comienza la verdadera historia de amor de la novela: al funeral asiste otro anciano, Florentino Ariza, y, en ese mismo momento, con la viuda llorando por su fallecido marido, éste le declara que la sigue amando con la misma pasión de hace más de cincuenta años. De ahí en más, la novela va hacia atrás en el tiempo y muestra cómo nació ese amor y por qué no murió jamás incluso aunque nunca se haya concretado y haya quedado atrás hace más de medio siglo; asimismo, en esta historia, su protagonista varón, Ariza, se erige acaso como el enamorado más grande de la literatura toda.

A continuación, se transcribe un fragmento de la obra, que ocurre cuando Florentino Ariza, de adolescente, recibe la orden de la entonces joven Fermina Daza de que no regrese más por ella hasta que se lo indique y, él, busca consuelo y cuidado en su madre, Tránsito Ariza. Es un pasaje para recordar porque, justamente, señala lo bello de ciertos dolores que aunque lastimeros casi mortales, cuando quedan en el olvido se los añora, se los extraña, se los llora por pasados e irrecuperables.

La ansiedad se le complicó con cagantinas y vómitos verdes, perdió el sentido de la orientación y sufría desmayos repentinos, y su madre se aterrorizó porque su estado no se parecía a los desórdenes del amor sino a los estragos del cólera. El padrino de Florentino Ariza, un anciano homeópata que había sido el confidente de Tránsito Ariza desde sus tiempos de amante escondida, se alarmó también a primera vista con el estado del enfermo, porque tenía el pulso tenue, la respiración arenosa y los sudores pálidos de los moribundos. Pero el examen le reveló que no tenía fiebre, ni dolor en ninguna parte, y lo único concreto que sentía era una necesidad urgente de morir. Le bastó con un interrogatorio insidioso, primero a él y después a la madre, para comprobar una vez más que los síntomas del amor son los mismos del cólera. Prescribió infusiones de flores de tilo para entretener los nervios y sugirió un cambio de aires para buscar el consuelo en la distancia, pero lo que anhelaba Florentino Ariza era todo lo contrario: gozar de su martirio.
Tránsito Ariza era una cuarentona libre con un instinto de felicidad malogrado por la pobreza, y se complacía de los sufrimientos del hijo como si fueran suyos. Le había beber las infusiones cuando lo sentía delirar y lo arropaba con mantas de lana para engañar a los escalofríos, pero al mismo tiempo le daba ánimos para que se solazara en su postración.
-Aprovecha ahora que eres joven para sufrir todo lo que puedas-le decía-, que estas cosas no duran toda la vida.

martes, 10 de agosto de 2010

Salmón podrido

Hacia fines de julio, el Parlamento de Cataluña resolvió la prohibición de las corridas de toros a partir del 1 de enero de 2012, poniendo fin entonces a una tradición de cinco siglos en esa región. De esta manera, la zona se convirtió en la segunda de España en prohibir esta actividad; en 1991, hace casi veinte años, las Islas Canarias ya habían hecho lo propio.

Elena Escoda, una de las integrandes de ¡Basta!, la organización que impulsó el petitorio que culminó con la histórica determinación, declaró luego: "Hoy ha sido el día que esperábamos, el día en que se ha abolido el sufrimiento de los toros con un proceso democrático y constructivo. Por fin se acaba con más de quinientos años de crueldad".

También, Escoda advirtió: "La abolición de las corridas de toros acaba de empezar", adelantándose a las reacciones de la Plataforma por la Defensa y Promoción de la Fiesta y el Partido Popular, que presentarán, paradójicamente, una solicitud de inhabilitación de la inhabilitación lograda. Justamente, temiendo un "efecto contagio" de prohibición de corridas de toros, Mariano Rajoy, presidente del Partido Popular, adelantó que propondrá a las mismas como de interés cultural. Por su parte, otro peso pesado del frente político en cuestión, Esperanza Aguirre, tildó de "liberticida" a la determinación que "pretende romper los lazos entre Cataluña y España" y -lo siguiente dicho sin sonrojarse- "no tiene nada que ver con la protección del medio ambiente ni con el maltrato animal".

Recientemente, los integrantes y partidarios de la Plataforma por la Defensa y Promoción de la Fiesta y el Partido Popular, junto con todos sus adherentes, sumaron un acalorado apoyo, en este caso de una voz del arte, puntualmente de la música. Se trata de Andrés Calamaro, que en un reportaje que concedió al programa español "BFN" dijo estar "avergonzado" de su "compatriota que juntó firmas para abolir esta tradición noble de mirar a los ojos, a la eternidad, el arte y la muerte, que son las corridas de toros", refiriéndose a Leonardo Anselmi, principal activista de la mencionada organización ¡Basta!, que nació en Rosario.

Antes de rematar su argumentación con una proclama improvisada en el viaje hacia el reportaje, el cantante se preguntó sin entender cómo podría ser que un argentino lidere esta prohibición: "Falta nada más que un uruguayo vaya a Valencia a prohibir la paella", explicó. Finalmente, entonces, el músico leyó la anticipada declaración en la que renunció al progresismo y que abajo se proyecta. Por cierto, Calamaro, no te vamos a extrañar: a los conversos no se los echa de menos; simplemente, y no más, se los desprecia.