sábado, 5 de febrero de 2011

Los comensales

—Hoy tengo ganas de comer asado, che.
—A mí me gustaría pizza con cerveza.
—Asado y un buen vino tinto.
—Bueno, está bien, vos ganás. ¿A qué parrilla vamos?
—La última vez, la semana pasada, le caímos a Enrique. Podríamos ir de nuevo.
—¿Y a lo de Sebastián? Hace rato que no vamos.
—Es que la última vez que comí en lo de él me fui embroncado; el chorizo, quemado; el vacío, crudo; el asado, pura grasa.
Un joven se acercó a Medero y Fontana, que estaban parados en una esquina, a un par de cuadras de la Estación Liniers, y les preguntó cómo hacía para llegar a la cancha de Vélez. Ya eran casi las nueve de la noche.
—Sí, a mí tampoco me gustó. Pero lo bueno de Sebastián es que no le molesta invitarnos. Enrique es un miserable, se nota que nos recibe de mal gusto— apuntó Fontana.
—Es verdad... pero me tiene sin cuidado que se enoje: de buen o mal humor él, nosotros morfamos de novela lo mismo.
Fontana festejó la conclusión de Medero con una carcajada.
—¡Qué poco movimiento de gente hoy!— comentó Medero.
—¿Y si vamos a lo de Luis? Si le caemos sobre el cierre, tipo doce, nos da lo que le quedó que siempre es muy bueno.
—Pero habría que ir hasta Floresta.
—Villa Luro.
—En diez, quince minutos estamos.
—Y también habría que hacer tiempo...
Se mantuvieron callados unos instantes.
—El desayuno estuvo buenísimo— afirmó Fontana.
—Sí, Manuel tiene una mano bárbara para las facturas. Además no nos escatima: le mangueamos ocho facturas y nos da la docena completa, siempre. Un fenómeno el gallego.
—Mate con facturas, escuchando la radio, adentro del coche. Es mi opción preferida.
—Mañana podríamos ir al bar de Julián; le sacamos un par de café con leche con medialunas, ojeamos el diario.
—¡Ah, me olvidé de contarte! Le agregaron mesas y sillas a la panadería Santa Julia, para desayunar o merendar ahí. Tenemos que ir.
Repentinamente, se levantó un viento fuerte y frío. Enseguida, ambos entraron al auto.
—Los panchos del mediodía estuvieron más o menos— dijo Fontana.
—Y... yo no esperaba otra cosa. ¿A cuánto los están vendiendo? Me pareció ver que dos pesos. Muy barato.
—Igual que no sean caros no quiere decir que sean malos.
—Por lo general sí.
—Pasa también que en las pancherías tratamos con empleados.
—A veces no sé qué es mejor.
—¿Qué hora es?
—Faltan diez minutos para las diez.
Medero encendió el coche.
—¿Ya salimos?— preguntó Fontana.
—Sí, quiero morfar ya. Vamos a lo de Enrique.
Fontana preguntó si prendía la sirena; su compañero le contestó que por supuesto. Ambos rieron. Desde una vereda, un nene, que paseaba a su perro junto a su padre, los observó rápidos como rayo.
—¡Mirá, papá! —exclamó— ¡La policía va a atrapar a un ladrón!