martes, 27 de agosto de 2013

Como los bueyes

Fue un sábado, o domingo al mediodía, en el shopping de Liniers. A veces, con mi mujer, elegimos comer en McDonald´s o en Burger King; quisiera ser un tipo que se alimenta sanamente, con vegetales, frutas y agua mineral, pero soy todo lo opuesto. Y si mi hígado y mi estómago lo permitiesen, mi dieta consistiría en asado, cerveza y budín de pan mixto a diario.

El patio de comida era un hormiguero y conseguir una mesa, aunque sea para dos, era una misión complicada; había una señora, con bandeja repleta en mano, que recorría acá y allá buscando dónde ubicarse. No obstante, nosotros tuvimos suerte y encontramos lugar, y pudimos arruinar nuestro organismo con la chatarra del rey de la hamburguesa y sus papas fritas y gaseosas y aderezos.

Una vez terminado el almuerzo, mi vista volvió a cruzarse con aquella mujer que caminaba alrededor de todo el lugar mirando adónde sentarse; sentí mucha pena de ella y su comida ya fría, y le hice un ademán para que viniese a nuestra mesa. Cuando se acercó, nos agradeció pero nos dijo: “No estoy buscando dónde ponerme, sino a mi mamá que se me perdió”.

Yo me reí, pensando que era una situación graciosa. Sin embargo, ella me hizo entender que no había nada de chistoso: “Está grande, y suele desorientarse. Estoy preocupada, la comida ya se arruinó”. Y continuó dando vueltas, avizorando adónde podría estar su madre.

Con mi mujer hicimos lo propio, a pesar de no saber cómo era la mujer a la que buscábamos. Y no tardamos ni cinco minutos en ver a una señora mayor sola, sentada en una mesa vacía de comida, mirando al piso con resignación. Enseguida, nos miramos y coincidimos en un comentario sin hablar: “Es ella”. Era parecida, tenía las mismas facciones y la misma mirada tierna. Nos acercamos y le pregunté: “¿Usted vino a comer con su hija?”. Ella respondió que sí, y la acompañamos hacia su encuentro.

La mujer revivió al verla llegar y nos agradeció una y otra vez. Yo también me sentí feliz: la comida, entre madre e hija, costumbre de todos los tiempos, no se había arruinado. Al contrario, había sumado una divertida anécdota sobre la que reír.