domingo, 30 de mayo de 2010
Un compañero
Teníamos que ir hacia el cuarto piso del instituto, a nuestra clase de cada jueves de Análisis del Discurso. En el edificio hay dos ascensores: uno de ellos no funciona; el otro sí pero con excepciones. Ese jueves, por ejemplo, no anduvo. Habría que ir por las escaleras pero, como una de las estudiantes camina con muletas, la profesora intentó que la clase se desarrollara en otro salón, en planta baja. Mientras tanto, interrumpí mi conversación con un compañero, con el que intercambiaba mis primeras palabras a pesar de haber compartido varias materias con él en los últimos tres años, para ir a la fotocopiadora, a buscar unos apuntes. Unos quince minutos después, alguien me tocó la espalda cuando estaba por hacer mi pedido de textos; era mi compañero, para avisarme que finalmente subirían por las escaleras hacia el aula de siempre, puesto que la alumna que no podía subirlas le había avisado a otra que no vendría. Él me explicó rápidamente que se acordó que yo estaría en la fotocopiadora y, para que no me encuentre perdido una vez que terminara con el trámite, vino a avisarme hacia dónde finalmente había que dirigirse, es decir, hacia donde siempre. Entonces, una vez que se confirmó el desenlace de la problemática, él podría haber subido directamente junto a la profesora y el resto de los alumnos hacia el aula; seguramente eso hubiera hecho yo. Pero él, antes, me recordó, se alejó del resto, vino hasta mí y me evitó una frustrada búsqueda por planta baja, aula por aula, para encontrar la clase. Un compañero, mi compañero.
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