Mi mujer fue a visitar a su papá, que vive en España, en Asturias. Antes de viajar, me preguntó qué quería que me traiga de regalo y le pedí, a falta de una mejor idea, un libro de algún escritor español. Por consejo de su padre, y por fortuna, me trajo "El fondo del vaso", de Francisco Ayala (foto); vaya casualidad, leyendo sobre él, me entero que supo vivir en Buenos Aires y, aquí, escribió para el diario La Nación y la revista Sur, allá por la década del cincuenta.
La obra en cuestión inicia con la incursión en la escritura de su protagonista, el dueño de una cadena de supermercados, José Lino Ruiz, que se propone realizar una vindicación del ex presidente Bocanegra, luego de que la honra de éste se viese mancillada por un libro escrito por Luis Pinedo. Para la tarea que se propone llevar a cabo, Ruiz cuenta con la colaboración del escritor Luis R. Rodríguez, que es también su amigo. Sin embargo, la empresa con la que principia el texto desaparece del centro de la escena hacia el núcleo del libro, puesto que el mismo trata, en realidad, de sucesos de índole personal (traiciones, miserias, fracasos) que afectan a Ruiz y captan para siempre el centro de la historia.
De la primera parte de "El fondo del vaso", es decir, cuando las preocupaciones de Ruiz se reducían a la escritura del homenaje a Bocanegra, comparto el siguiente fragmento:
Yo me puse a la obra aplicando la receta que el mismo Rodríguez me había dado: "Lo que tienes que hacer es escribir aquellas mismas palabras y frases que dirías si quisieras expresarte verbalmente. También cuando uno habla, la conversación diaria arrastra cantidad enorme de materiales literarios. No hay sino ponerlo, negro sobre blanco, en el papel: tal es el secreto, y no otro. Fíjate, José Lino --había continuado persuadiéndome--, que de todas las artes, el literario es hoy día el más sencillo: no requiere aprendizaje fuera de las primeras letras que la enseñanza general obligatoria, en su lucha contra el analfabetismo, ha difundido por doquier. Ni siquiera dinero te cuesta ejercer la literatura. El pintor tiene que gastar en lienzos, óleos y bastidores; el músico, en sus instrumentos; pero al literato quién le impide, con un modesto block y un lápiz, escribir no diré La Divina Comedia, que es en verso y tendría los engorros de la rima y medida, pero sí La Comedia Humana, dejándose para ello a cuanto humanamente le salga. Ahí están luego las imprentas voraces; y como la industria tiene que alimentarse, todo se publica por fin".
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