lunes, 9 de mayo de 2011

Eso era, la simpatía

Quisiera tener la elocuencia de Víctor Hugo Morales, y que mis pensamientos fluyan de mi boca como lo hace el agua cristalina a través de una cascada desconocida, sobre tierra y piedras llenas de soledad, años y magia. Quisiera poder explicar mis pobres razonamientos y sentimientos fácilmente, recurriendo a esta y esa referencia de la literatura, el cine, la política. Quisiera que todo lo mejor que pueda decir surgiera cuando lo necesito, rápida pero ordenadamente; en ese preciso instante en que tengo y quiero decir algo. Pero siempre mi mejor expresión llega tarde, cuando el receptor ya olvidó mi existencia y, por supuesto, nuestra conversación. Quisiera poder explicar, por ejemplo, mi particular gusto por ciertos artistas u obras de arte como lo hizo Thomas Mann cuando escribió su novela "La muerte en Venecia":

"Para que cualquier creación espiritual produzca rápidamente una impresión extraña y profunda es preciso que exista secreto parentesco y hasta identidad entre el carácter personal del autor y el carácter general de su generación. Los hombres no saben por qué les satisfacen las obras de arte. No son verdaderamente entendidos y creen descubrir innumerables excelencias en una obra para justificar su admiración por ella, cuando el fundamento íntimo de su aplauso es un sentimiento imponderable que se llama simpatía".