jueves, 30 de septiembre de 2010

Ajustando cuentas con la mafia china

La fiambrera, una anciana china, cortó los cien gramos de jamón cocido y anotó con letra de doctor el valor sobre el paquete de papel: $ 3,90. La cajera, una joven china, me pidió $ 3: leyó $ 3,00 en vez de $ 3,90. Enseguida, descubrí mi chance de cobrarme varios centavos de los que me quita a diario el autoservicio chino de frente a mi casa, cobrándome $ 0,20 en concepto de frío por cada bebida que agarro de sus heladeras; por cierto, en la mayoría de los casos el frío que sin vergüenza venden es, más bien, un punto medio entre lo natural y lo frío. Entonces, mientras descubrí el error de la cajera, rápidamente llegué a un acuerdo con mi conciencia y me hice el distraído, pagando $ 3 por algo que en realidad valía $ 3,90, ajustando un poco las cuentas con la mafia china.

lunes, 27 de septiembre de 2010

Caballerosidad o, al menos, piedad

La mayoría de los trabajadores que regresan a su casa viajando en colectivo, por supuesto, lucen cansados. Y el viaje se hace más confortable y la fatiga de la jornada pesa menos si consiguen un asiento en el transporte. Sin embargo, no alcanzan las butacas para todos y algunos, desafortunados, deben ir de pie. Una mujer, de menos de treinta años, evidentemente agotada, se encontró dentro del grupo de los que debían viajar parados, pero de repente no pudo más con su cansancio y se sentó en el piso del colectivo, entre las piernas de la gente. A su lado, bien cerca, un muchacho, de la misma edad, iba sentado y contento, escuchando música. No consideró, él, cederle su lugar a la mujer; si lo evaluó, llegó a la conclusión de seguir cómodo y feliz. Ella en ningún momento pretendió un asiento, no hizo ningún comentario ni ademán; simplemente se sentó en el suelo y ya. Tal vez sea inocente solicitar caballerosidad a esta altura del siglo pero, al menos, piedad, señores.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Pablito

Es raro lo que me pasa con mi amigo Pablito: ya es grande como yo, ya terminamos la secundaria, ya hicimos una experiencia sin éxito en la universidad, ya tuvimos que ir a trabajar, ya dimos un paso en falso. Sin embargo, lo veo ahora, crecido como yo, y veo a un nene; a ese mismo adolescente con el que perdí miles de horas mirando partidos de fútbol, escuchando música y jugando jueguitos. En realidad, y haciendo justicia, está mal decir que perdí aquellas horas: nada más lejos de la derrota que todos esos momentos. Hasta seguro que si volviera a hacer eso de caerle tipo cuatro de la tarde en la casa me lo encuentro pensando con qué va a acompañar la leche chocolatada de la merienda, si con galletitas o con alfajores; si son las primeras, son las Surtido; si son los segundos, son los Jorgito, esos que vienen en paquetes de a seis y son más chicos que el clásico. La cuestión es que es raro lo que me pasa con mi amigo Pablito: lo veo poco, tres o cuatro veces por año nada más. Antes, antes que nos lleve la vida, o que nos dejemos llevar por ella, nos veíamos todos los días. Y cada vez que lo veo me da ternura. ¿Y cómo me va a dar ternura un hombre peludo, medio gordo y medio sucio? ¿Cómo es que me da ternura un tipo cerca de los treinta? Pero ternura de esa que le hace honor a la palabra ternura, eh: tengo que hacer fuerza para no ponerme a lagrimear por la conciencia que me dice que, en realidad, Pablito ya tiene casi treinta pirulos, que ya creció, como yo. Vaya a saber entonces qué tiene Pablito que cada vez que nos vemos me produce lo mismo: ganas de abrazarlo y hacerle sentir que lo quiero; ganas de preguntarle cómo hace para transmitir con una simple mirada que, efectivamente, no miente cuando canta que "la vida pasa por las cosas más boludas"; ganas de volver el tiempo hacia atrás y quedarme todos los días de nuevo en su casa, simplemente jugando jueguitos, escuchando sus nuevas canciones, pensando con qué vamos a acompañar la leche chocolatada de la merienda. Hace canciones Pablito, tiene una banda. Está buena la banda. Lo confieso: no voy a todos los recitales, más que nada porque no suelo ir nunca siempre a todos lados. Pero cuando voy y escucho las canciones, esas mismas canciones que yo conocí apenas fueron hechas, cantadas con guitarra criolla sólo para mí, sin público y sin banda, sólo con el cantante y su vieja guitarra, qué le voy a hacer, me emociono; se me hace un nudo en algún lugar del camino que hay entre mi boca y mi pecho. Y me dejo llevar por la emoción. Pablito, como buen nene, es bueno; le canta a su mejor amigo de la escuela, a su primera novia, a la chica que le dijo que no. Pareciera que todo tiempo pasado fuera mejor para él, como creo yo. Nunca le pregunté si él cree que sí, que todo tiempo pasado fue mejor; tal vez sí y por eso lo vea como un nene. Porque Pablito se propuso no dejar de ser Pablito; él se propuso que hoy y mañana sean como ese ayer que fue mejor. Sí, tiene sentido, si no faltan quienes dicen que es un inmaduro, que cómo puede ser que todavía viva con los padres, que trabaje medio día, que estudie música. Proponen, en realidad ordenan, que haga otra cosa con su vida: que estudie otra cosa, que se busque lo que ellos consideran un trabajo serio, que se case, que tenga hijos, que haga una vida normal. Que sea Pablo, uno más de ellos, de esos aburridos y amargados que nunca resistieron por sus sueños reales y trataron de borrar a su verdadero ser para que no los lastime con el peso de su verdad asesinada por temor, por falta de agallas. Pablito seguirá siendo Pablito, mi Pablito, y lo quiero así para siempre. Pablito seguirá siendo Pablito y, así, me ayudará a continuar porque él, acaso sin darse cuenta, es ejemplar.

martes, 21 de septiembre de 2010

jueves, 16 de septiembre de 2010

Argentina, Cuba y Estados Unidos: no tan distintos

El diputado Héctor Recalde, del Frente para la Victoria, tomó la iniciativa del siguiente proyecto: dictaminar que los dueños de las empresas compartan un porcentaje de sus utilidades con sus empleados. Puntualmente, un 10% de la utilidad anual. Este proyecto, que rápidamente recibió el apoyo público de Hugo Moyano y Néstor Kirchner, será presentado en el Congreso la próxima semana.

Por su parte, el presidente de la Unión Industrial Argentina, Héctor Méndez, rechazó la idea y declaró que la misma es otra prueba de que "Argentina se parece a Cuba", por supuesto empleando la comparación peyorativamente. No obstante, obvió que su implementación haría similar al país también con Estados Unidos, Alemania, México y Brasil, tal como le recordó oportunamente Alfredo Zaiat. Oscar Aguad, jefe del bloque de diputados de la Unión Cívica Radical, también criticó negativamente al proyecto: "Es voluntarista, rídiculo y espantará a las inversiones". En cambio, su par pero del Frente para la Victoria, Agustín Rossi, adelantó que el bloque que lidera acompañará la iniciativa.

***

La lluvia golpeaba suavemente el auto de mi papá, mientras él me llevaba del trabajo hacia mi casa, el viernes pasado. Como es habitual en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, sobre todo en la zona central, el viaje era apto sólo para gente paciente, como nosotros. De repente, él, que conoce de si simpatía por nuestra presidente y nuestro anterior ex presidente, Cristina Fernández de Kirchner y Néstor Kirchner respectivamente, me preguntó indignado, incrédulo cómo podía apoyarlos si no paran de hacer locuras, por ejemplo ahora avalando "la idea de Moyano" de que los empleados tengan acceso a los balances de las empresas para las que trabajan e incluso participen de las utilidades de las mismas. Yo, que todavía no estaba enterado del proyecto de Recalde, escuché las protestas de mi papá y, de inmediato, mi abatida salida del trabajo, después de toda una semana, y mi frustrante viaje, más otra repetida suma de quejas sobre los políticos que estimo, quedaron olvidados por completo: imaginarme leyendo los balances de la empresa para la que trabajo, contando cuánto ganaría a fin de año, cuánto ganarían mis compañeros, imaginando que al fin no sólo los jefes, los dueños serían los que se repartan la torta más grande me hizo feliz, pero no por el dinero en sí sino por la posibilidad de justicia, de la tan mencionada distribución de la riqueza, de la igualdad, del achicamiento de las barreras, del tiro para el lado de los siempre subyugados; cientos, miles, millones de empleados en Argentina disfrutando de la llegada de fin de año, recibiendo una parte de la utilidad que consiguió la empresa, por supuesto gracias al trabajo realizado día a día, al fin recompensado con algunas creces.

Le pregunté a mi papá por qué estaba mal que los empleados reciban un porcentaje de la ganancia anual de la empresa para la que trabajan. Me respondió que porque los empleadores son los que invierten, los que corren riesgos y, en tanto, los que deben ganar; los empleados, en cambio, trabajan por un sueldo a cambio, no por la ganancia como sí hacen los jefes que son los que o ganan o pierden. Le puse un ejemplo: si la empresa a fin de año gana U$S 100.000, ¿te parecería mal que le dé a sus empleados para repartir entre ellos unos U$S 10.000, por ejemplo? ¿Te parece que no sería justo eso, que no sería bueno, que no sería positivo incluso, a fin de cuentas, para la empresa que dirigen, al tener a su plantilla de empleados felices con apenas una pequeña parte de todo lo que ganan? Es decir, en ese caso puntual, en vez de U$S 100.000 ganarían U$S 90.000. Me dijo, ahora, que está bien, que sí sería justo, que sí sería bueno pero eso debe poder ser elegido por cada empresario y no dictaminado por el gobierno; el gobierno no debe obligar a los empresarios a nada. Le contesté que lo justo no debe ser sugerido: el Estado debe impartir justicia. Me respondió que eso no era justicia; eso, más bien, era demagogia; era ser justo con el bolsillo ajeno.

***

El proyecto, según se amplió luego de que salió a la luz primariamente, está ideado en principio para empresas que tienen más de trescientos empleados o para empresas que cuentan con pocos empleados pero tienen grandes ganancias por el uso de alta tecnología en reemplazo de mano humana. Recalde declaró, al respecto de las críticas negativas recibidas, que no se trata de "una ley anti empresa sino que va a beneficiar a las empresas: si el trabajador tiene un incentivo para que la empresa gane, va a querer que gane la empresa. Si yo voy a participar de las ganancias, ¿cómo no voy a querer que la empresa gane? Es sentido común". Por su parte, Kirchner agregó: "La ortodoxia neoliberal dice que hay que dar premios por productividad. Pero tienen que tranquilizarse, señores de la Unión Industrial Argentina, y sentarse a discutir con sinceridad. Les pido que la Argentina avance hacia 1974, cuando la torta era 50% para empresas y 50% para los trabajadores, una distribución equitativa y justa".

lunes, 13 de septiembre de 2010

Látigos contra la barbarie

En 2008, Mauricio Macri, a través de su por entonces Ministro de Educación Mariano Narodowski, declaró obligatorio que en todos los actos de las escuelas de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires se cante el himno a Domingo Faustino Sarmiento. Cabe mencionar, por cierto, que Narodowski renunció a su puesto después de verse implicado en la causa por las escuchas ilegales en la que, se sabe, también se acusa a Macri.

La simpatía del ingeniero y sus seguidores por Sarmiento acaso se entienda leyendo un fragmento de "Facundo", su obra más conocida, en la que diserta de la siguiente forme sobre las diferencias que encuentra sobre lo que denomina civilización y barbarie:

Da compasión y vergüenza en la República Argentina comparar la colonia alemana o escocesa del sur de Buenos Aires y la villa que se forma en el interior: en la primera, las casias son pintadas; el frente de casa, siempre aseado, adornado de flores y arbustillos graciosos; el amueblado, sencillo, pero compleo; la vajilla, de cobre o estaño, reluciente siempre; la cama, con cortinillas graciosas, y los habitantes, en un movimiento y acción continuos. Ordeñando vacas, fabricando mantequilla y quesos, han logrado algunas familias hacer fortunas colosales y retirarse a la ciudad, a gozar de las comodidades.
La villa nacional es el reverso indigno de esta medalla: niños sucios y cubiertos de harapos, viven como una jauría de perros; hombres tendidos por el suelo, en la más completa inacción; el desaseo y la pobreza por todas partes; una mesita y petacas por todo amueblado; ranchos miserables por habitación, y un aspecto general de barbarie y de incuria los hacen notables. Esta miseria (...) motivó, sin duda, las palabras que el despecho y la humillación de las armas inglesas arrancaron a Walter Scott: "Las vastas llanuras de Buenos Aires no están pobladas sino por cristianos salvajes, conocidos bajo el nombre de gauchos, cuyo principal amueblado consiste en cráneos de caballos, cuyo alimento es carne cruda y agua y cuyo pasatiempo favorito es reventar caballos en carreras forzadas. Desgraciadamente -añade el buen gringo- prefirieron su independencia nacional a nuestros algodones y muselinas".
(...) La ciudad es el centro de la civilización argentina, española, europea; allí están los talleres de las artes, las tiendas del comercio, las escuelas y colegios, los juzgados, todo lo que caracteriza, en fin, a los pueblos cultos.
Le elegancia en los modales, las comodidades del lujo, los vestidos europeos, el frac y la levita tiene allí su teatro y su lugar conveniente. No sin objeto hago esta enumeración trivial. La ciudad capital de las provincias pastoras existe algunas veces ella sola, sin ciudades menores, y no falta alguna en que el terreno inculto llegue hasta ligarse con las calles. El desierto las circunda a más o menos distancia: las cerca, las oprime; la naturaleza salvaje las reduce a unos estrechos oasis de civilización (...).
El hombre de la ciudad viste el traje europeo, vive de la vida civilizada, tal como la conocemos en todas partes: allí están las leyes, las ideas de progreso, los medios de instrucción, alguna organización municipal, el gobierno regular. Saliendo del recinto de la ciudad, todo cambia de aspecto: el hombre de campo lleva otro traje, que llamaré americano, por ser común a todos los pueblos; sus hábitos de vida son diversos; sus necesidades, peculiares y limitadas; parecen dos sociedades distintas, dos pueblos extraños uno de otro. Aún hay más: el hombre de la campaña, lejos de aspirar a semejarse al de la ciudad, rechaza con desdén su lujo y sus modales corteses, y el vestido de ciudadano, el frac, la capa, la silla, ningún signo europeo puede presentarse impunemente en la campaña. Todo lo que hay de civilizado en la ciudad, está bloqueado allí, proscrito afuera, y el que osara mostrarse con levita, por ejemplo, y montado en silla inglesa, atraería sobre sí las burlas y las agresiones brutales de los campesinos.

Por lo demás, "Facundo" fue escrito en 1845, en el segundo exilio de Sarmiento en Chile; él, entonces, era uno de los opositores al gobierno de Juan Manuel de Rosas y escribió este libro para explicar por qué debían ser eliminados de Argentina hombres como Rosas y Juan Facundo Quiroga. Justamente, la obra es la biografía de Quiroga aunque, en realidad, más bien sea lo dicho antes: una argumentación del mal que significa la figura del caudillo, del gaucho con poder, en tanto representantes máximos de lo que él consideraba barbarie.

A continuación, se transcribe otro fragmento de "Facundo"; en este caso, una anécdota de Quiroga en su niñez:

En la casa de sus huéspedes, jamás se consiguió sentarlo a la mesa común; en la escuela, era altivo, huraño y solitario; no se mezclaba con los demás niños sino para encabezar en actos de rebeldía y para darles de golpes. El magister cansado de luchar con este carácter indomable, se provee, una vez, de un látigo nuevo y duro y lo enseña a los niños, aterrados: "Éste es para estrenarlo en Facundo". Facundo, de edad de once años, oye esta amenaza y al día siguiente la pone a prueba. No sabe la lección, pero pide al maestro que se la tome en persona (...) El maestro condesciende; Facundo comete un error, comente dos, tres, cuatro; entonces el maestro hace uso del látigo y Facundo, que todo lo ha calculado, hasta la debilidad de la silla en que su maestro está sentado, dale una bofetada, vuélcalo de espaldas, y entre el alboroto que esta escena suscita, toma la calle y va a esconderse en ciertos parrones de una viña, de donde no se le saca sino después de tres días. ¿No es ya el caudillo que va a desafiar, más tarde, a la sociedad entera?

jueves, 9 de septiembre de 2010

Del más allá

Hoy estuve mal todo el día, mi amor. Y no me podía dar cuenta por qué. Es una situación angustiante, asfixiante; anduve con cara larga, con la vista en el piso. No tenía ganas de nada; no quería hablar con nadie, odié más que nunca a mis jefes, pero con un odio diferente, como resignado. ¿Pero si hoy no me hicieron nada?, me preguntaba y no entendía qué pasaba. Sé que en otras ocasiones me sentí así pero fue hace muchos años, muchos. ¿Y ahora por qué de repente esta aflicción, por qué nada vale la pena? Hasta que de pronto recordé mi sueño de esta madrugada; nuevamente, tal como me sentí apenas me desperté y me di cuenta que había sido un sueño, me desesperaron las sensaciones. Mi abuela, uno de mis hermanos, mi papá y yo íbamos junto a mi abuelo a cenar afuera, en una suerte de última cena junto con él porque todos sabíamos que al día siguiente moriría. Mi abuelo, en realidad, murió el año pasado. Pero en mi sueño ahí estábamos, caminando muy despacio junto a él. ¿Cómo podía ser que lo hayamos dejado salir tan desabrigado?, me quejaba. Él estaba con una de sus camisas de tela delgada, que usaba siempre en enero, y todos nosotros con nuestras camperas de astronautas. Cada vez que mi abuelo me miraba se le llenaban los ojos de lágrimas, como diciéndome con sus ojos que no quería morirse y que me iba a extrañar: yo le respondía lo mismo con mi mirada; yo, por supuesto, no quería que se muera y siempre supe que lo iba a extrañar mucho. Pero no permitía que las lágrimas aparecieran porque quería mostrarme fuerte con él, como para trasladarle fuerza. Pero de repente él casi que se cae y yo rápidamente fui en su ayuda y lo sostuve; mi abuela, mi papá y mi hermano quedaban atrás, no sé por qué, ya sólo seguíamos mi abuelo y yo, casi cayéndonos al principio, porque se me hacía muy difícil sostenerlo, pero pronto lo lograba y seguíamos camino, despacio. Él me miraba agradecido y avergonzado por la situación. Lo tenía tan cerca abrazado a mí y ahora que lo recuerdo sentí su olor; ¿cómo no voy a sentirlo si estaba sobre mí? Pero fue un sueño, aunque yo te juro, mi amor, que olí su perfume de siempre. Toda la vida él usó el mismo perfume. Toda la vida. Y seguíamos camino, juntos al restaurante al que íbamos a comer su última cena. Ahora sé, mi amor, porque estuve destruido toda el día, sin ganas de nada, ni siquiera de saber por qué andaba así. Y ahora, mi amor, a diferencia de en mi sueño, lloro a rienda suelta. Nunca dejé de llorar tu muerte, abuelo, y te extraño mucho. Algo sobrenatural sucede, mi amor: tengo puestos los zapatos de mi abuelo, que me regaló mi abuela después que él muera. Y me están temblando los pies, como jamás me temblaron. Siento un terremoto en mis zapatos. Vení, abuelo, dame un abrazo: yo te voy a sostener y no te voy a dejar caer.

martes, 7 de septiembre de 2010

Los repugnantes

En más de una entrevista, Federico Luppi expresó su visto bueno por el gobierno de Néstor Kirchner, en principio, y de Cristina Fernández de Kirchner, después. En una ocasión, citó como argumento de su pensar la ocasión en la que Kirchner, hacia marzo de 2004, en el Colegio Militar, le ordenó al por entonces jefe del Ejército, el teniente general Roberto Bendini, que descolgara los cuadros de Jorge Videla y Roberto Bignone.

En ese entonces, también dio un discurso ante los generales y cadetes del lugar, en el que entre otras cosas dijo: "Nunca más tiene que volver a subvertirse el orden institucional", "Retirar estas imágenes marca un claro posicionamiento que tiene todo el país, de terminar con aquella etapa lamentable y que definitivamente esté consolidada la democracia y desterrado el terrorismo de Estado", "Que quede bien claro, el terrorismo de Estado es una de las cosas más sangrientas que le pueden pasar a una sociedad, no hay nada que lo habilite y menos la utilización de las Fuerzas Armadas", "Que el 24 de marzo se convierta en la conciencia viva de lo que no debe hacerse en la Patria, nunca más se tiene que volver a subvertir el orden institucional en la Argentina".

Según relataron las crónicas, las palabras del por esa época presidente no cayeron bien para sus receptores: mientras algunos no disimularon lo desagradables que les resultaban, otros miraban el reloj, como ordenándole a sus agujas que giren más rápido.

No obstante, y por supuesto, los militares no permitirían lo que consideraban semejante mancha a su orgullo sin presentar resistencia, limitándose a poner cara de asco o suplicando que el tiempo vuele. Su venganza, en verdad, ya había sido planeada y ejecutada: días antes que Kirchner llevara adelante su propósito, misteriosamente, desapareció el cuadro de Videla y, en su lugar, quedó un papel con onomatopeyas de risas. El cuadro original, luego, fue reemplazado por una fotografía ampliada para permitir el desarrollo del acto pactado. Así, el Colegio Militar quiso salvar su orgullo y dignidad pero, en realidad, dio una prueba más de lo miserable, repugnante, canalla y abyecto de su condición.

viernes, 3 de septiembre de 2010

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Cinco menos

A Eduardo Feinmann

Los agarré a todos juntos. Sí, a los cinco yo solo: los sorprendí cuando caía la noche y ellos emprendían la retirada en conjunto, como les gusta hacer las cosas a estos pichones de bolcheviques. Los encaré por detrás ahí, en la esquina de la escuela que tanto dicen querer y cuya mala fachada tanto dolor les hace sentir. Como escuché que decía una señora por la radio, ¿si tanto les molesta el estado de los colegios por qué no se los ponen a arreglar ellos? ¿Por qué no aprovechan, si tan mejores son que el gobierno, y dan el ejemplo de cómo hacer las cosas? De paso aprovechan y aprenden cosas útiles, como pintar paredes; no con aerosol para arruinarlas con estupideces sino con pintura para protegerlas y dejarlas limpias y presentables. Pero hemos ganado una batalla, en esta guerra. Porque agarré a los de pinta de más revoltosos, tenías que verlos: uno con la cabeza toda rapada salvo en el medio, una cresta como le dicen tenía el pendejo. Y otro con los pelos sucios que parecían fideos gordos pegados, rastas le dicen. Otro gordo hasta lo obsceno, uno narigón y otro con cara de nada. Este último, estoy seguro, pagó por elegir mal la compañía. Que se joda. Los escuché hablar un poco antes de asaltarlos: hablaban de horarios de asambleas para mañana y de programas de televisión y radios a los que irían. Pero el mañana, el tiempo futuro era un error en sus sucias bocas. Tendrías que haberles visto el terror cuando les grité, se dieron vuelta y vieron mi arma apuntarles uno a uno; el de los pelos como el drogadicto jamaiquino, no te miento, se puso a llorar de inmediato. Tanto que se la daba de Camilo Cienfuegos el maricón, tenías que verlo, llorando como un bebé. Me los llevé a todos a casa, tenía hecho los arreglos. Nada podía salir mal y nada, en efecto, salió mal. Primero nos divertimos un poco; más bien, me divertí: ¿viste como le hacen hacer al nene de los dibujos que se la pasan mirando? Algo dijo bien el cocainómano de Andrés Calamaro: son hijos de Homero Simpson. La cuestión es que tenía cinco pizarrones preparados, uno para cada uno, y los hice escribir hasta que se terminara la caja de tizas "No debo tomar escuelas". Cuando se daban vuelta para mirarme, veían el arma y de inmediato continuaban. Lo hicieron muy bien. Les pregunté que querían ser de grandes -aunque no llegaran a esa instancia- y me contestaron que músico, que doctor, que ingeniero en informática, que político. Sí, un idiota quería ser político para mejorar al país. Pobre nuestra patria, obligada a criar vagancia. El gordo quería ser filósofo: ni en un taxi podría serlo, si no entra en ninguno la ballena. Después siguieron en silencio, tal como se los pedí: sólo una vez uno se atrevió a romperlo, el de la cara de nada, para pedir que los dejara ir; alcanzó un tiro al suelo cerca a los pies del narigón para que nadie volviera a decir palabra. Y el plan, el castigo debía completarse. Rápidamente, sin esperar a que terminen, empecé poniéndole un tiro en las piernas a cada uno; la sangre chorreaba por todos lados, como sache de leche explotado, y se revolcaban como cucarachas que se ahogan inevitablemente; era tal la histeria de súplicas y arrepentimiento, de griterío y llanto, que, contra mi idea de estirar el remate un poco más, les apunté y acerté a cada cabeza sin falso suspenso ni prolongada agonía. Y ahora, mi querido amigo, que se vayan a tomar escuelas al infierno.