jueves, 23 de septiembre de 2010

Pablito

Es raro lo que me pasa con mi amigo Pablito: ya es grande como yo, ya terminamos la secundaria, ya hicimos una experiencia sin éxito en la universidad, ya tuvimos que ir a trabajar, ya dimos un paso en falso. Sin embargo, lo veo ahora, crecido como yo, y veo a un nene; a ese mismo adolescente con el que perdí miles de horas mirando partidos de fútbol, escuchando música y jugando jueguitos. En realidad, y haciendo justicia, está mal decir que perdí aquellas horas: nada más lejos de la derrota que todos esos momentos. Hasta seguro que si volviera a hacer eso de caerle tipo cuatro de la tarde en la casa me lo encuentro pensando con qué va a acompañar la leche chocolatada de la merienda, si con galletitas o con alfajores; si son las primeras, son las Surtido; si son los segundos, son los Jorgito, esos que vienen en paquetes de a seis y son más chicos que el clásico. La cuestión es que es raro lo que me pasa con mi amigo Pablito: lo veo poco, tres o cuatro veces por año nada más. Antes, antes que nos lleve la vida, o que nos dejemos llevar por ella, nos veíamos todos los días. Y cada vez que lo veo me da ternura. ¿Y cómo me va a dar ternura un hombre peludo, medio gordo y medio sucio? ¿Cómo es que me da ternura un tipo cerca de los treinta? Pero ternura de esa que le hace honor a la palabra ternura, eh: tengo que hacer fuerza para no ponerme a lagrimear por la conciencia que me dice que, en realidad, Pablito ya tiene casi treinta pirulos, que ya creció, como yo. Vaya a saber entonces qué tiene Pablito que cada vez que nos vemos me produce lo mismo: ganas de abrazarlo y hacerle sentir que lo quiero; ganas de preguntarle cómo hace para transmitir con una simple mirada que, efectivamente, no miente cuando canta que "la vida pasa por las cosas más boludas"; ganas de volver el tiempo hacia atrás y quedarme todos los días de nuevo en su casa, simplemente jugando jueguitos, escuchando sus nuevas canciones, pensando con qué vamos a acompañar la leche chocolatada de la merienda. Hace canciones Pablito, tiene una banda. Está buena la banda. Lo confieso: no voy a todos los recitales, más que nada porque no suelo ir nunca siempre a todos lados. Pero cuando voy y escucho las canciones, esas mismas canciones que yo conocí apenas fueron hechas, cantadas con guitarra criolla sólo para mí, sin público y sin banda, sólo con el cantante y su vieja guitarra, qué le voy a hacer, me emociono; se me hace un nudo en algún lugar del camino que hay entre mi boca y mi pecho. Y me dejo llevar por la emoción. Pablito, como buen nene, es bueno; le canta a su mejor amigo de la escuela, a su primera novia, a la chica que le dijo que no. Pareciera que todo tiempo pasado fuera mejor para él, como creo yo. Nunca le pregunté si él cree que sí, que todo tiempo pasado fue mejor; tal vez sí y por eso lo vea como un nene. Porque Pablito se propuso no dejar de ser Pablito; él se propuso que hoy y mañana sean como ese ayer que fue mejor. Sí, tiene sentido, si no faltan quienes dicen que es un inmaduro, que cómo puede ser que todavía viva con los padres, que trabaje medio día, que estudie música. Proponen, en realidad ordenan, que haga otra cosa con su vida: que estudie otra cosa, que se busque lo que ellos consideran un trabajo serio, que se case, que tenga hijos, que haga una vida normal. Que sea Pablo, uno más de ellos, de esos aburridos y amargados que nunca resistieron por sus sueños reales y trataron de borrar a su verdadero ser para que no los lastime con el peso de su verdad asesinada por temor, por falta de agallas. Pablito seguirá siendo Pablito, mi Pablito, y lo quiero así para siempre. Pablito seguirá siendo Pablito y, así, me ayudará a continuar porque él, acaso sin darse cuenta, es ejemplar.

No hay comentarios: