lunes, 13 de septiembre de 2010

Látigos contra la barbarie

En 2008, Mauricio Macri, a través de su por entonces Ministro de Educación Mariano Narodowski, declaró obligatorio que en todos los actos de las escuelas de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires se cante el himno a Domingo Faustino Sarmiento. Cabe mencionar, por cierto, que Narodowski renunció a su puesto después de verse implicado en la causa por las escuchas ilegales en la que, se sabe, también se acusa a Macri.

La simpatía del ingeniero y sus seguidores por Sarmiento acaso se entienda leyendo un fragmento de "Facundo", su obra más conocida, en la que diserta de la siguiente forme sobre las diferencias que encuentra sobre lo que denomina civilización y barbarie:

Da compasión y vergüenza en la República Argentina comparar la colonia alemana o escocesa del sur de Buenos Aires y la villa que se forma en el interior: en la primera, las casias son pintadas; el frente de casa, siempre aseado, adornado de flores y arbustillos graciosos; el amueblado, sencillo, pero compleo; la vajilla, de cobre o estaño, reluciente siempre; la cama, con cortinillas graciosas, y los habitantes, en un movimiento y acción continuos. Ordeñando vacas, fabricando mantequilla y quesos, han logrado algunas familias hacer fortunas colosales y retirarse a la ciudad, a gozar de las comodidades.
La villa nacional es el reverso indigno de esta medalla: niños sucios y cubiertos de harapos, viven como una jauría de perros; hombres tendidos por el suelo, en la más completa inacción; el desaseo y la pobreza por todas partes; una mesita y petacas por todo amueblado; ranchos miserables por habitación, y un aspecto general de barbarie y de incuria los hacen notables. Esta miseria (...) motivó, sin duda, las palabras que el despecho y la humillación de las armas inglesas arrancaron a Walter Scott: "Las vastas llanuras de Buenos Aires no están pobladas sino por cristianos salvajes, conocidos bajo el nombre de gauchos, cuyo principal amueblado consiste en cráneos de caballos, cuyo alimento es carne cruda y agua y cuyo pasatiempo favorito es reventar caballos en carreras forzadas. Desgraciadamente -añade el buen gringo- prefirieron su independencia nacional a nuestros algodones y muselinas".
(...) La ciudad es el centro de la civilización argentina, española, europea; allí están los talleres de las artes, las tiendas del comercio, las escuelas y colegios, los juzgados, todo lo que caracteriza, en fin, a los pueblos cultos.
Le elegancia en los modales, las comodidades del lujo, los vestidos europeos, el frac y la levita tiene allí su teatro y su lugar conveniente. No sin objeto hago esta enumeración trivial. La ciudad capital de las provincias pastoras existe algunas veces ella sola, sin ciudades menores, y no falta alguna en que el terreno inculto llegue hasta ligarse con las calles. El desierto las circunda a más o menos distancia: las cerca, las oprime; la naturaleza salvaje las reduce a unos estrechos oasis de civilización (...).
El hombre de la ciudad viste el traje europeo, vive de la vida civilizada, tal como la conocemos en todas partes: allí están las leyes, las ideas de progreso, los medios de instrucción, alguna organización municipal, el gobierno regular. Saliendo del recinto de la ciudad, todo cambia de aspecto: el hombre de campo lleva otro traje, que llamaré americano, por ser común a todos los pueblos; sus hábitos de vida son diversos; sus necesidades, peculiares y limitadas; parecen dos sociedades distintas, dos pueblos extraños uno de otro. Aún hay más: el hombre de la campaña, lejos de aspirar a semejarse al de la ciudad, rechaza con desdén su lujo y sus modales corteses, y el vestido de ciudadano, el frac, la capa, la silla, ningún signo europeo puede presentarse impunemente en la campaña. Todo lo que hay de civilizado en la ciudad, está bloqueado allí, proscrito afuera, y el que osara mostrarse con levita, por ejemplo, y montado en silla inglesa, atraería sobre sí las burlas y las agresiones brutales de los campesinos.

Por lo demás, "Facundo" fue escrito en 1845, en el segundo exilio de Sarmiento en Chile; él, entonces, era uno de los opositores al gobierno de Juan Manuel de Rosas y escribió este libro para explicar por qué debían ser eliminados de Argentina hombres como Rosas y Juan Facundo Quiroga. Justamente, la obra es la biografía de Quiroga aunque, en realidad, más bien sea lo dicho antes: una argumentación del mal que significa la figura del caudillo, del gaucho con poder, en tanto representantes máximos de lo que él consideraba barbarie.

A continuación, se transcribe otro fragmento de "Facundo"; en este caso, una anécdota de Quiroga en su niñez:

En la casa de sus huéspedes, jamás se consiguió sentarlo a la mesa común; en la escuela, era altivo, huraño y solitario; no se mezclaba con los demás niños sino para encabezar en actos de rebeldía y para darles de golpes. El magister cansado de luchar con este carácter indomable, se provee, una vez, de un látigo nuevo y duro y lo enseña a los niños, aterrados: "Éste es para estrenarlo en Facundo". Facundo, de edad de once años, oye esta amenaza y al día siguiente la pone a prueba. No sabe la lección, pero pide al maestro que se la tome en persona (...) El maestro condesciende; Facundo comete un error, comente dos, tres, cuatro; entonces el maestro hace uso del látigo y Facundo, que todo lo ha calculado, hasta la debilidad de la silla en que su maestro está sentado, dale una bofetada, vuélcalo de espaldas, y entre el alboroto que esta escena suscita, toma la calle y va a esconderse en ciertos parrones de una viña, de donde no se le saca sino después de tres días. ¿No es ya el caudillo que va a desafiar, más tarde, a la sociedad entera?

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