miércoles, 30 de junio de 2010

El gran barbero judío


En 1940, Charles Chaplin publicó su primera película hablada: "El gran dictador". En la misma, él interpretó a un barbero judío que, luego de una serie de desventuras, terminó en un campo de concentración de Tomania. En ese entonces, el poder del lugar estaba en manos del dictador Astolfo Hynkel, que era físicamente idéntico al personaje encarnado por Chaplin.

Hacia el final de la película, el protagonista logra escapar del campo de concentración y, en ese entonces, se produce un cambio de roles: mientras al barbero se lo confunde con el dictador, al dictador se lo confunde con el barbero; así, uno es instado a dar un discurso ante los soldados y otro es detenido.

A continuación, comparto las palabras que dijo el barbero, haciéndose pasar por el dictador:

Lo siento, no quiero ser emperador. No es mi deseo. No quiero conquistar a nadie. Quiero ayudar a todos: judíos, negros y blancos. Debemos ayudarnos mutuamente. Los humanos queremos vivir felices. No queremos odiar ni despreciar a otros. En este mundo hay sitio para todos; la tierra es rica. Podríamos vivir libre y maravillosamente; pero perdimos el rumbo. La codicia envenenó nuestras almas, impuso el odio y trajo miseria y muerte. Desarrollamos la velocidad pero la aprisionamos en máquinas que proveen abundancia a la vez que producen privaciones. Nuestra sabiduría nos convirtió en cínicos; nuestra destreza nos ha hecho crueles. Pensamos demasiado y sentimos poco.
Más que máquinas necesitamos humanidad; más que astucia, bondad. Sin estas cualidades la vida será violenta y todo estará perdido. El avión y la radio se acercan. La índole de estos inventos exige bondad en los hombres. Pide hermandad universal, unidad.
Mi voz llega a millones de hombres desesperados, víctimas de un sistema que tortura y encarcela a inocentes. A quienes me oyen les digo: no desesperen. Esta miseria que nos arrasa es producto de la codicia, de la amargura de hombres que temen al progreso humano.
Soldados, no se entreguen a los necios que los desprecian, que les dicen qué pensar y qué sentir; que los tratan como ganado y los usan como carne de cañón. No se entreguen a estos hombres irracionales con mentes de máquina y corazones de máquina. Ustedes no son máquinas ni ganado: ustedes son hombres. Guardan el amor a la humanidad en sus corazones. Ustedes no odian. Sólo los que no son amados odian. Soldados, no peleen por la esclavitud sino por la libertad.
Ustedes, el pueblo, tienen el poder, tanto para construir máquinas como para crear felicidad. Tienen el poder de transformar esta vida en libre y hermosa; de hacer que constituya una aventura maravillosa. En nombre de la democracia, usemos ese poder.
Unámonos y luchemos por un mundo nuevo y decente; que dé la oportunidad de trabajar y brinde un futuro. Con estas promesas los salvajes asumen el poder. Pero mienten, no cumplen su palabra. Los dictadores esclavizan al pueblo. Ahora debemos luchar para hacer realidad estas promesas. Luchemos para liberar al mundo y derribar las barreras; para eliminar la codicia, el odio y la intolerancia. Luchemos por un mundo donde la ciencia y el progreso conduzcan a la felicidad de todos. Soldados, en nombre de la democracia, ¡unámonos!

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