viernes, 20 de enero de 2012

Atrapar el agua

Fue una gran tristeza descubrir, de chico, que por más intentos que hiciera no había forma de atrapar el agua entre mis manos; acomodara las palmas y los dedos de esta u otra manera, inevitablemente el líquido se escurría hacia el piso. Pero lo acepté, y lo que más me dolió fue que el aprendizaje lo hice con el agua que más cariño me despierta: la del mar, la salada, la sucia, con arena, burbujas y espuma. Ahí, paradito, en cuero, con un simple short a cuadros vistiendo mi corta estatura y mi flaco cuerpo de nene, en algún verano de hace varias décadas terminé de asumirlo.

Son días de nostalgia, de melancolía. No sé qué será y parece que no podré saberlo, pero la tristeza me está abrazando por detrás y no puedo sacármela de encima; como si se tratara del orangután más forzudo, me pasa un brazo por la nunca y me amenaza de apretujarme el cuello hasta asfixiarme si no hago lo que ella quiere. ¿Y qué es lo que me pide? Que recuerde mis ayeres y las personas del pasado que hoy son como fantasmas pero entonces fueron todo para mí; esa gente que durante años y años fue la dueña de tu corazón, y de golpe y porrazo te das cuenta que décadas después no son más que un recuerdo. Y para peor no sabrías explicarte bien por qué las cosas se dieron así, ¿por qué fue precisamente que salieron de tu vida? Hablo de un mejor amigo, de una novia, de una amiga de la que estabas enamorado, de una amiga que estaba enamorada de vos. De eso hablo. ¿Dónde están, adónde se fueron? ¿Nunca les dijeron que era de mala educación irse sin decir chau? Y dar la posibilidad de ser retenidos, que todavía hay tiempo para un café, una cerveza más.

A veces pareciera que hubiese sido mejor que nunca hubieran pasado por mi vida esas personas. Y es que ahora todo lo que tengo de ellos es un maldito vacío insoportable que nada ni nadie pueden llenar. Y fotos y cartas y risas y miradas y palabras y charlas y veredas y sillones y plazas y playas y veranos que me persiguen desde la memoria con sus visiones y perfumes tiernos, amorosos, dulces. Pero que enseguida se esfuman y me dejan acá, solo, con el vacío. Esas cosas son una maldición; quisiera tener el valor para romper las fotos y las cartas, y veredas y sillones y plazas y playas; aunque si así lo hiciera ¿cómo haría para destruir las risas y miradas y palabras y charlas y veranos? Todas están alojadas en mi mente, en mi alma, en mi corazón. Y hasta tienen más fuerza que el orangután más forzudo. Son invencibles.

Descubro ahora, de grande, que es una gran tristeza aceptar que por más intentos que haga no hay forma de volver atrás y recuperar al mejor amigo, a la novia, a la amiga de la que estuve enamorado, a la amiga que estaba enamorada de mí. No hay manera ni de vivir otra vez con ellos todas esas fotos y cartas y risas y miradas y palabras y charlas y veredas y sillones y plazas y playas y veranos. No hay forma, ni yendo al pasado ni proponiéndoselo hoy. Ni soñándolo mañana. Solo queda ir a la orilla del mar otra vez, paradito, en cuero, con un simple short a cuadros vistiendo mi estatura y mi cuerpo gordo de hombre. Ir ahí, tratar de atrapar el agua otra vez, y asumir que de eso se trata.

No hay comentarios: