miércoles, 10 de noviembre de 2010

Un papá que no se esconde

Sebastián es alto y de pelo largo. Y lento, muy lento; hace todo con una tranquilidad increíble. Hace unos días, como tantas veces, se vio en una situación que requería velocidad y, desacostumbrado, intentó hacer rápido: tenía que agarrar la plata del lugar en el que la esconde, arriba del aire acondicionado, para pagar el alquiler del local que tiene en una galería. Acomodó una silla, se subió y cuando estaba retirando el dinero tambaleó y se cayó al piso, lastimándose fuertemente una de sus piernas. Quedó tendido unos largos minutos en el piso revolcándose del dolor, contó después. Y también quedó cojo: los días siguientes, caminaba como rengo arrastrando una de sus piernas, haciendo fuerza. Los amigos de la galería con los que charla a diario, y del barrio, que son muchos, le preguntaban qué le pasó y cuando escuchaban la historia se mataban de risa. Él está acostumbrado a que sus cosas causen gracia. Sebastián es un tipo muy rico, con una capacidad sin intención para hacer reír que encanta.

***

El sábado lo fuimos a visitar a Sebastián a su local, le caímos con unas birras sobre la hora de cierre. Nos reímos y recordamos otra vez su caída y su renguera. Le propusimos hacer un vacío en su parrilla y aceptó, así que de la galería nos fuimos a su casa, a la terraza. Rengo, con toda la semana de trabajo sobre sus espaldas, se sentó al costado del fuego, a esperar por la rica carne asada y al fin descansar un poco. Pero cayó su pequeña hijita y le pidió que jugaran a la escondida; entonces el cojo se puso de pie, mientras la nena empezó a contar con los ojos cerrados pero haciendo trampa porque espió hacia dónde iba su papá. Y él corrió arrastrando su maltrecha pierna hasta algún escondite; cuando terminó la cuenta, rápidamente la tramposa fue hasta el lugar y salió disparada para sentenciarlo contra la pared de origen; Sebastián corrió como cuando nene detrás de ella pero, por supuesto, no pudo llegar antes por culpa de su cojera. Sebastián no se dio cuenta, entonces, que no sólo su hija lo veía como un héroe, con ojos de admiración y veneración.

1 comentario:

Monseñor Rasputin dijo...

Hermoso este relato del rengo. Gracias