viernes, 15 de octubre de 2010

La clase de persona que odio

Hacia 2008, Guillermo Ruibal escribía en Pocas Expectativas:

"No odio a los mentirosos; después de todo, casi nadie tiene un real aprecio por la verdad. No detesto a los soberbios, especialmente cuando tienen de qué vanagloriarse. A los lujuriosos los felicito. Los envidiosos no me simpatizan; pero, después de todo, ¿quién habría de envidiarme a mí? Pero a los ingratos y a los traidores los aborrezco profundamente".

Por mi parte, hace poco me di cuenta que odio a una clase de persona, que es aquella que bajo ningún punto de vista es capaz de aceptar que cometió una equivocación. Este tipo de ser humano se presenta en dos formas: por un lado, están aquellos que tienen de su capacidad de accionar el mejor concepto y por otra parte quienes, al contrario, saben de su incompetencia y entonces optan por negar a muerte que se hayan confundido, creyendo así que estarán libres de que el mundo conozca de su realidad, de su condición de equívocos.

Los segundos despiertan odio pero, también, algo de ternura. Y es que en el fondo es gente poco lista, inocente como niños. Ellos se equivocan, hacen las cosas mal y cuando alguien les dice, no necesariamente con ánimo de reto, que eso no es así sino de otra manera no dan lugar a la corrección y tapan a veces levantando la voz las argumentaciones; como un nene que insulta y luego se cubre los oídos para no oír los insultos de réplica y así ganar el duelo. Lo penoso para esta gente es que, así, nunca aprenderán a hacer bien aquello que hacen mal. Es sabido que la mejor oportunidad para aprender, mejorar es hacerlo de los errores: si no se ve error, no hay nada para corregir.

Los primeros, cierto es, por lo general hacen las cosas bien; son gente eficiente, veloz, despierta, práctica, experimentada. También tienen algo de soberbios. Sucede que todos los lugares comunes tienen su razón de ser; la frase hecha que dice que todos nos equivocamos, justamente, no es antojadiza. Todos somos suceptibles de fallar, pero no todos tenemos la capacidad de asumirlo. Así, jamás una persona de esta especie pedirá perdón cuando otra le demuestre que está equivocada; a lo sumo se limitará a callarse y ya, ensimismada en su deseo de que el tiempo vuele y sepulte en el olvido su desacierto. Es una lástima, por cierto, ya que estas personas no podrán sumar jamás a su extensa y querida lista de cualidades una en particular: la grandeza.

1 comentario:

Ing. Jean Chichè dijo...

¡Y pegue, y pegue, y pegue Kluivert pegue!
Usted si que sabe catalogar y etiquetar gente.

A usted lo quiero (?)