jueves, 7 de octubre de 2010

La hija de la profesora

Con mucha timidez, sumamente despacio, en puntas de pie, evitando todo tipo de ruido, la hija de la profesora se sentó en un rincón del aula, mientras su mamá daba clase. Agarró papeles en blanco, un lápiz y empezó a dibujar, todo como pidiendo permiso. Ella, tan chica, con su ropa de colegio primario, era por lejos lo más llamativo que había en el lugar; entre tanta gente adulta, cansada, aburrida brillaba su luz de inocencia y preciosidad. Ocasionalmente, la mamá aprovechaba algún instante de pausa en la clase e intercambia gestos con su retoño en un código que sólo ellas comprendían. Justamente, con uno de esos gestos la profesora le indicó que fuera a algún lugar y, por primera vez, le habló: "Acordate para volver, aula 302, no te me vayas a perder". El amor entre madre e hija inundaba el aula y todos nos ahogábamos felizmente en él. La pequeña se puso de pie en cámara lenta y así también abrió la puerta y salió. Volvió a los diez minutos, con un sánguche de jamón y queso tostado. Se sentó otra vez en el rincón, puso la comida sobre sus piernas y, encorvada, como avergonzada, comió haciendo un esfuerzo encomiable por no hacer ruido. Nuevamente, la mamá le habló: "Hum... qué rico". Y la nena comió y comió, hasta terminar el sánguche.

***

Me gustaría que venga otra vez al aula la hija de la profesora. Y, cuando le dé hambre, me gustaría pedirle a la profesora que me permita acompañar a su hija al buffet del instituto. Me gustaría llevar a la nena de la mano hasta alguna mesa del lugar, la que se vea mejor. Asegurarme que se sienta cómoda. Me gustaría ir a la cocina, agarrar el jamón, el queso, el pan, prender el horno; abrir el pan, ponerle las fetas de fiambre en el medio, meter todo en el horno; cuidar que no se queme nada, revisar que se ponga bien tostadito, con el fiambre un tanto derretido y el pan medianamente crocante; poner el sánguche arriba de un plato; elegir alguna gaseosa de la heladera, preguntarle a ella cuál es la que más le gusta. Y servirle. Y que le guste. Y verla comer, alimentarse sin timidez, sin evitar hacer ruido, sin pedir permiso. Comer y comer y que esté bien rico. Ahora entiendo, entonces, un poco de esa pasión de los adultos tiernos y sensibles, como las dulces abuelas, por alimentar a los pequeños. Hay, en un punto, una relación entre alimentar y amar. También podría ponerle los dibujitos. Pero no hay televisión en el buffet del instituto; bueno, algo se me ocurrirá. Y después del tostado, tal vez un alfajorcito, de postre. Siempre queremos algo dulce después de lo salado. Y pedirle que me cuente de sus cosas: qué le gusta dibujar, qué le gusta mirar por televisión, qué hizo hoy en la escuela, cómo es su mejor amiga, qué quiere ser cuando sea grande. Y escucharla, con atención, con amor. Y después, por último y hasta que su mamá se la lleve a casa, agarrar papeles en blanco, crayones, marcadores, lápices de colores y ponernos a dibujar.

1 comentario:

kika dijo...

pero la pucha..se me pianta una lagrimita..
va a ser buen padre klui, sépalo.
abrazo :)