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Me gustaría que venga otra vez al aula la hija de la profesora. Y, cuando le dé hambre, me gustaría pedirle a la profesora que me permita acompañar a su hija al buffet del instituto. Me gustaría llevar a la nena de la mano hasta alguna mesa del lugar, la que se vea mejor. Asegurarme que se sienta cómoda. Me gustaría ir a la cocina, agarrar el jamón, el queso, el pan, prender el horno; abrir el pan, ponerle las fetas de fiambre en el medio, meter todo en el horno; cuidar que no se queme nada, revisar que se ponga bien tostadito, con el fiambre un tanto derretido y el pan medianamente crocante; poner el sánguche arriba de un plato; elegir alguna gaseosa de la heladera, preguntarle a ella cuál es la que más le gusta. Y servirle. Y que le guste. Y verla comer, alimentarse sin timidez, sin evitar hacer ruido, sin pedir permiso. Comer y comer y que esté bien rico. Ahora entiendo, entonces, un poco de esa pasión de los adultos tiernos y sensibles, como las dulces abuelas, por alimentar a los pequeños. Hay, en un punto, una relación entre alimentar y amar. También podría ponerle los dibujitos. Pero no hay televisión en el buffet del instituto; bueno, algo se me ocurrirá. Y después del tostado, tal vez un alfajorcito, de postre. Siempre queremos algo dulce después de lo salado. Y pedirle que me cuente de sus cosas: qué le gusta dibujar, qué le gusta mirar por televisión, qué hizo hoy en la escuela, cómo es su mejor amiga, qué quiere ser cuando sea grande. Y escucharla, con atención, con amor. Y después, por último y hasta que su mamá se la lleve a casa, agarrar papeles en blanco, crayones, marcadores, lápices de colores y ponernos a dibujar.
1 comentario:
pero la pucha..se me pianta una lagrimita..
va a ser buen padre klui, sépalo.
abrazo :)
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