Me acuerdo aquella tarde del 25 de mayo de 2003 en que asumiste. Estaba con mi familia en la casa de mi tío en Boulogne; mi tío, un conservador hecho y derecho, sufría las consecuencias de la crisis: había vendido su casa en La Horqueta para jugarse a todo o nada con su negocio y se fue a alquilar ahí, a cinco o seis cuadras de la estación de tren. Todos estábamos ilusionados con lo que podías hacer por el país, supongo que fundamentalmente porque era difícil que venga alguien peor, porque la esperanza es lo único que nos quedaba o, simplemente, porque no te conocíamos y la idealización tiraba para arriba. Yo, en silencio, tenía un motivo más para contentarme con la idea de un futuro bajo tu presidencia: Fidel Castro te había ido a ver asumir. Y mi espíritu zurdito, que me llevó a usar barba apenas me empezó a crecer, se regocijó de felicidad. Desde que me metí con la cuestión de la política me tiró ese bando: el de los que están con el pueblo y contra los que están contra el pueblo. El pueblo es el obrero; el resto no es pueblo. Son una manga de hijos de puta, que ahora ríen felices porque no estás más. ¿Cómo no abrazar la causa y lucha de un líder que se puso de nuestro lado? Y del país: siempre lo pensé, que un gobierno debe ser fiel a su pueblo y a su país. Lo opuesto es poner sobre primer orden los intereses de la oligarquía. Con una mano en el corazón, se sabe que vos estabas del lado del pueblo. Y si no, ¿quiénes lloran y quiénes festejan tu partida?
El país salió adelante, nos olvidamos de todo lo que era Argentina en 2001 y antes de tu llegada. Mi tío salió adelante, por ejemplo: su negocio funcionó y funciona más de lo que él esperaba. Tanto que pudo comprarse nuevamente una casa y más de un auto. Y su casa es un lujo, eh. Y se lo merece mi tío: es un gran tipo, un gran luchador. Pero, qué pena, su prejuicio ideológico siempre lo hace repetir que te odia. Bueno, ahora será que te odiaba. Así somos todos, parece, nos cuesta esa parte de ser agradecidos a pesar de. Yo voy a estar eternamente agradecido a tu persona y tu paso por estas tierras como conductor y líder. Esa es la figura política en la que yo creo: el líder, el caudillo. A los de nariz levantada no les gustan los caudillos; es que, por lo general, estos son padres del pueblo y hablan a los gritos y se pelean con los malos. No se puede ser presidente sin huevos. A vos te sobraron, como para hacer descolgar los cuadros de Jorge Videla y Roberto Bignone del mismísimo Colegio Militar. Para ponerle nombre y apellido a los que fogonearon dictaduras y fines premeditados de gobierno. Unir a los países de América del Sur y promoveer la distribución de la riqueza en favor de los obreros. Ponerle los puntos a los supuestos buenos prestamistas internacionales. "Dicen que me peleo mucho, compañeros, pero no es cierto: yo, nada más, negocio poco con ciertos intereses", te supiste explicar y definir mejor que nadie.
Estuve media hora mirando la pantalla que informaba que estabas muerto. Sin habla; por más que quería decir algo, no podía siquiera abrir la boca. Siento hasta que no estuve respirando incluso. En mi interior, no me sorprendió tanto como al resto: no sé por qué, pero últimamente no te había visto bien en tus apariciones públicas; como que te faltaba un color y, también, un poco de esa crispación que tanto admiro. Hay una cosa que no te voy a poder perdonar, pero es así. En 2011, te iba a ver asumir otra vez la presidencia de Argentina. Pero esta vez en vivo y en directo, ahí: iba a ir con un amigo. Iba a ser la primera vez que iba a una asunción presidencial. Estaba ilusionado con verte y oírte recibir nuevamente el amor de tu pueblo, otra vez como su líder y caudillo. Pero te fuiste antes y me privaste de ese sueño, para siempre. Hoy, el cielo sumó justicia.
